Escabeches de infarto en la aragonesa comarca del Aranda
Pocos conocen la comarca aragonesa del Aranda, un páramo que discurre al sur de la provincia de Zaragoza y que a los del norte nos viene bastante a mano porque pillas carretera de Pamplona y en cuanto asoma el Ebro y dejas atrás huertas llenas de cardos y alcachofas, va sacando la cabeza el Moncayo con sus lomas nevadas y sus faldas inundadas de olivos y almendros. Hay que hacer algunos kilómetros más dejando atrás la civilización y la cobertura telefónica para coronar el puerto de la Chabola y alucinar en colorines con las estampas que nos ofrecen cruces de caminos como del oeste americano y pueblos tan peculiares como Tabuenca, Fuendejalón, Magallón o Illueca, localidad ésta última en la que nació el Papa Luna, que para que se me entienda fue una especie de Donald Trump del siglo catorce que la lio padrísima, consulten los libros de historia y fliparán. Si por allá paran, verán su castillo restaurado en lo alto y los restos de un viejo tejido industrial dedicado a la fabricación de calzado. Para almorzar con criterio tienen La Chopera junto al río y el concurridísimo Repiquete. Corto y cambio.
Retrocedamos algunos kilómetros a nuestro destino, que no es otro que la empinadísima Tierga, con su apariencia Toscana pero hecha unos zorros, porque aquello está despoblado y pacen dos gatos, catorce perros y algunos paisanos que se baten el cobre en los calurosísimos veranos y los gélidos inviernos, buscándose la vida, esperando al panadero con su furgoneta, al de Arándiga con sus melocotones o al alcalde que les arrime leña para calentar braseros, pacientes aguardando al fin de semana para que vengan amigos, hijos o cuñados y organicen cuchipandas en las cocheras y apañen el plan de bajar al bar a pimplarse unos vermús con sus olivas. Casi todos los pueblos de la zona atesoran iglesias y ermitas de verdadero infarto y ofrecen pistas de un pasado en el que alguno amarraría al perro con longanizas, aunque serían contados con los dedos de una mano los que trincarían jamón magro y demasiados los del equipo del tocino rancio. Si se animan, suban hasta lo alto del templo tardogótico de San Juan Bautista, con su torre mudéjar, y alucinarán con una talla monumental del Santo Cristo, ¡ave maría purísima!
Pero la verdadera mandanga de hoy y el motivo por el que les largo mi hoja parroquial es recomendarles vivamente un establecimiento singularísimo al mismo pie de la carretera que conduce hasta Calcena y Purujosa, pasando por esa Trasobares que los viejos llaman España, ¡Tierga es Rusia!, así que si quieren explicaciones vayan y pregunten si hay huevos. Aflójense la faja y si son urbanitas apresurados e impacientes desaceleren y olvídense de las típicas chorradas que se hacen en los gastrobares de la gran ciudad, poblados de lerdos, postureo y pichaflojas fotografiando platos con poco apetito y nada de sed. Amarren los caballos y vayan a la Esther como a Lourdes en peregrinación, entregados, sin causar molestias, educada y pacientemente, como si fueran María y José y necesitaran un lugar para traer al mundo al niño dios. En la barra aguarda Arancha, sentada en su taburete y ojo avizor, pues mientras un paisano sestea en un taburete y otro almuerza oreja, careta, longaniza y huevos, ella mira la tele, pone tragos a la parroquia y pispa lo que se sirve en el comedor para que no se le escape una consumición y cuadren impecables las facturas.
Georgina atiende las mesas, Ángel el patriarca se da un voltio saludando a diestro y siniestro y en el trecho que va de la barra a la cocina levanta el brazo o da apretones de manos, comentando el tiempo, lo tiernas que están las judías que comió a mediodía o los estragos que hizo anoche el viento en su huerto. Son la tercera generación al frente de un pequeño hostal con seis habitaciones y un fogón en el que Esther brega desde bien temprano, sonriente, con una ilusión desbordante. Cuando la ves, dan ganas de abrazarla, háganlo sin dudarlo. Y estámpenle un par de besos en las mejillas porque lo suyo es de otra galaxia, su cocina es una prolongación de su salita de estar, ¡menudo garbo!, apañándose ella sola para dar de comer a su ritmo a toda la sala, ¡no lo olviden!, compórtense y no den la murga porque probarán platos antediluvianos guisados con tiento y sabiduría. Son extraordinarios los escabeches de conejo, perdiz y pollo, ¡madre mía qué grasa!, ¡metan la barra de pan hasta el codo!, guisan borrajas y otras verduras, legumbres con tocino, chorizo y costilla y el ternasco es cochifrito, bien rehogado con una pila de ajos verdes. Si los encargan con antelación y se ganan a la Esther, para la próxima quizás les haga jarretes estofadicos en salsa, guarros chicos o tocinicos asados y flanes o natillas con suspiros que no se las salta un torero. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Fonda Esther
Barrio Verde – Tierga – Zaragoza
T. 976 829 052
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****
Ufff, vaya descripción… Solo reseñar que Tierga es un pueblopequeñito sí pero con mucho encanto. Según su relato parece que vivamos en atapuerca y no en el siglo XXI, entiendo que para resaltar su artículo no se ciña a la realidad de lo que es vivir en el mundo rural, ya que si tenemos servicios, como tienda, bar, Internet y calefacción sin tener que hacer uso de los brasero como mi tatarabuela. Un saludo.