Un asador de altura en Getaria
Estoy talludo porque mi infancia la recuerdo en blanco y negro y aunque nunca fui un empollón, tuve la fortuna de estar en el sitio y a la hora para no perderme planazos que me dieron mucho color y despertaron mi ilusión por leer, escuchar buena música y gozar con la pintura. Aún recuerdo una visita con el cole a Sara Etxea, la casa de Ataun en la que un anciano y lúcido Barandiarán nos atendió a toda la clase alrededor de una mesa imponente, hablándonos de prehistoria y todos esos yacimientos arqueológicos que se pateó desde chaval y en compañía de Telesforo de Aranzadi. Nos contaba que jamás encontró en una excavación restos de caracoles y que no entendía de dónde nos venía esa afición por comerlos guisados con tomate picantillo, jamón y chorizo. Con patatas fritas son insuperables.
Mientras los cafres de mis amigos jugaban al fútbol, yo pasaba el día intentado dibujar como Peter Brueguel o Alberto Durero, ¡menudo pringao!, empleando si hacía falta papel cebolla para conseguirlo. Javi Royo dice que todos podemos dibujar si nos lo proponemos, venciendo esa vergüenza absurda y adulta que nos asalta en cuanto aparcamos los pantalones cortos y vestimos los largos de pana o tergal, con calcetín y zapato cerrado. Aún me defiendo con el lápiz y aunque jamás empuñé un pincel, aluciné con otra excursión que hicimos a la casa museo de Ignacio Zuloaga, ese eibartarra universal que recorrió el mundo con sus trastos y se instaló en la playa de Zumaia, construyendo un retiro de verano y un taller por el que pasaron todos los personajes de su época, toreros, filósofos, escritores y poetas. Sientan curiosidad por el personaje, por la factura de su obra y su dedicación ayudando a los más desprotegidos.
Así que allá me planté en los ochenta del pasado siglo, treinta y cinco años después de su muerte, para sentir el calambrazo ante sus cuadros, los Grecos, Goyas y las tenebrosas obras religiosas de su amigo Julio Beobide. Corto y cierro, que parezco Alberto Moyano y esto va de papeo, fritos y botellas de rosado navarro. Volví este mismo verano a Zumaia en compañía de Eli, Marga y Carlos Zúmer, que se ha currado en dos entregas una historia de los retratos perdidos que Zuloaga pintó a su amigo Juan Belmonte, búsquenla en internet porque valen un Potosí. Después de tanto “Stendhalazo”, rebajemos la frecuencia cardíaca y pongamos rumbo a las barras de las inmediaciones, muy bien representadas por garitos como el bodegón Goiko, Trapaia, Ubera, Atari, Basusta, Bai Bidea o Gure Txokoa. Si no llueve y reina el típico ambiente de tomar vinos, por las viejas callejuelas del pueblo sentirán la sensación de tropezarse con don Ciriaco, Juan de Aguirre, Dolorcitas o el capitán Chimista.
Me acusarán de colaboracionista porque les invito a pirarse de Zumaia poniendo rumbo al Kaia por el barrio Azkiazu, que es un lugar fabuloso desde el que verán al mismo tiempo Getaria y Zumaia, pues está colocado en un paraíso terrenal. Hay varios caminos de acceso, pero si le hacen caso al navegador del coche se perderán por carreteras vecinales y alucinarán con los maizales, las fachadas de caseríos y pinares que atraviesas antes de aterrizar en un merendero llamado Agote Aundi, que es donde almuerzan Karlos Arguiñano o al gran Aitor Marcaide, asiduos clientes de un pintoresco establecimiento en el que podrán tomarse un trago antes de aterrizar en casa de Lidia e Igor, en el viejo puerto de Getaria. Mis dos colegas querrán matarme por desvelarles a ustedes la ruta y la recomendación, pero sabrán perdonarme o que se apliquen el cuento de mi amigo Montxo Elósegui, “es mejor foie gras para dos que mierda para uno”. Fast Forward. Adelanto esta cinta magnetofónica escrita y me apalanco ya en Kaia, institución de la que poco más se puede añadir, pues forman parte de la leyenda de los mejores asadores de pescado del mundo mundial. Acá guisan, asan, fríen y se curran las cosas con gusto, sin florituras ni invenciones, movidas raras u originalidades. El pan es pan y la anchoílla en salazón es anchoílla. Cortan ibéricos, sirven preciosas bandejas de marisco, aliñan ensaladas o verduras que ponen los ojos del revés a los urbanitas que papean lechugas de bolsa y tomates sin gusto, con textura de albaricoque verde. Los crustáceos y demás cascarilla los mantienen vivos en sus viveros y los guisos de pescado parecen pasteles de nata. Asan rapes, reyes, besugos, rodaballos y cogotes de merluza, estofan chipirones y si es necesario echan sobre la brasa chuletas infiltradas de vaca. De postre, tartas deliciosas, pasteles chorreantes de chocolate y helados que puedes rociar, si lo solicitas ilusionado, con Licor 43, Benedictine, Ron agrícola o Baileys aterciopelado y merengón. La bodega es de otra galaxia. ¡Aúpa María Rosa Larrañaga y Andoni Arregi! Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Kaia Kai-Pe
General Arnao 4 – Getaria
T. 943 140 500
kaia-kaipe.com
@restaurantekaia
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Elegante marinero
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO *****/*****