Una casa de comidas en el casco viejo pontevedrés
Pontevedra es ciudad señorial que mantiene un casco antiguo íntegro y digno, sin venderse al mejor postor de las franquicias estomagantes o esas cadenas de comida y bebida procesada para marsupiales. Los vecinos pondrán el grito en el cielo y dirán que no es oro todo lo que reluce, pero les aseguro que con los circos que se ven en los cogollos de las capitales, Pontevedra mantiene bastante intacta su candidez y la delicia de unas calles habitadas por vecinos, que van y vienen de los recados, recogen a los chavales del cole o salen a tomarse un vino. Ha sido sorpresa gratísima tropezar con comercios tradicionales, ultramarinos, ferreterías que venden felpudos, cestos y cordelería, librerías de viejo, alguna que otra fachada ruinosa y casas de comidas pobladas de parroquianos bebiendo y zampando a dos carrillos.
Me matarán en la vecina Santiago, pero Pontevedra es una especie de Compostela antes de la molicie, quiero decir que me recuerda a los tiempos de infante en los que visitaba con mi padre el Obradoiro y allá no había ni Blas, ni peña sellando pasaportes, ni pelmazos pegando berridos por las calles y caminando al trote con sus chirucas de titanio y bastones nórdicos en dirección al campo base, ¡menudo rocódromo de la fe! Muchas zonas del casco viejo pontevedrés guardan el aspecto noble y ruinoso de los soportales porticados hechos un cristo, hay viejos jardines en los que no entra la luz porque se desmadraron las magnolias, los macizos de hortensias taponaron sus cancelas y no hay cerrajero capaz de hacer girar rejas que se abrieron por última vez cuando Josefina Blanco y Ramón del Valle-Inclán paseaban por sus calles agarrados de la mano.
En la ciudad nueva también hay Carrefour Express o paquistaníes trapicheando con esa droga que es el teléfono móvil de dos mil pavos, ¡me cago en el difunto Esteban Trabajos y su manzana! Huyan del orden, de la ley y de los cajeros automáticos como de la peste y fluyan hacia las plazas del Teucro, Méndez Núñez, la Pedreira o las Cinco Calles, que es lugar en el que vivió “el vecino de Valle Inclán”, como lo atestigua una pintada que lleva allá mucho tiempo. Bien cerca está la taberna El Pitillo, bar de tapas de la Rúa Alta que sirve empanadas, zorza con patatas, chorizo, raxo, oreja con su pimentón, lacón y pescado menudo frito, unos días jurel, otros xoubas, boquerones o salmonetitos. Ojo si pasan frente a Juncal alimentación porque llenarán el maletero de chacina, legumbre, conservas, quesos y las clásicas especialidades locales, tortas de maíz, periquitos o roscas para untar en el café.
Pero no se pongan púos porque cada rincón exhibe papeo y hay tentaciones por doquier, así que caminen mirando al suelo hacia Casa Fidel, la clásica pulpería de toda la vida que muestra la pota en la misma calle, con su caldo azulado y esas piezas recién hervidas que aguardan la tijera para servirse sobre platillo de madera, empapadas en aceite de oliva virgen extra y un sí es no es de encarnado pimentón que alimenta aún más el deseo de chapotear con pan. Si quieren patata cocida pídanla, porque el pulpo viene a pelo y a la papa le dan su papel protagonista y bien merecido lo tiene, porque cocida en el caldo del pulpo, aterriza a cascos gruesos, reventona como una Emmanuelle negra repanchingada en su sofá de ratán. El ambiente de Casa Fidel es un despiporre porque despacha comidas a troche y moche y lo mismo sienta a estudiantes, comerciantes, jubilados, vecinos, mujeronas, trapicheros, ejecutivos de cuentas y peregrinos pastosos que alucinan con el guirigay, disfrazados con sus ropas cómodas, calcetines blancos y sandalias franciscanas para ventilar y descansar los pies después de la gran caminata. La carta es gigantesca y los fogones los dominan un equipazo de mujeres capaces de dar de comer a toda la Conferencia Episcopal Española. La patrona corta pulpo a velocidad endiablada y el resto sofríe todo lo que se menea, removiendo guisos, dando vuelta a verduras, horneando empanadas y tartas, plancheando mariscos, abriendo mejillones, friendo todo tipo de croquetas y pimientos y cortando raciones de jamón y queso. Hacen bocadillos pantagruélicos y cada uno se arrastra hasta allá para darse gloria con su especialidad preferida. El pulpo es punto y aparte, pero muchos matan por su tazón de caldo gallego, otros por el pescado frito o las almejas a la marinera, la gamba al ajillo, el jamón asado con patatas o la oreja. Ojo “cuidao” porque la tortilla de patata es de otro planeta, las cuajan a cientos y la mujer que las hace demuestra sensibilidad y oficio. El servicio está entrenado para que aquello fluya y las mesas roten y el ambiente familiar es de verdadera camaradería, ¡los gallegos despistan pero también sonríen! Si Casa Fidel no existiera habría que inventarla. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Casa Fidel
San Nicolás 7 – Pontevedra
T. 986 851 234
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****