Villa Más

El Valle de los Reyes de los vinos del Jura y de Borgoña

Visité Villa Más el día de más temporal de los últimos años y la bahía frente a sus anchos ventanales parecía el Cantábrico batiendo sus olas en plena marea viva contra el Kursaal o los acantilados de Punta Galea. No acostumbran en esta pequeña playa de Sant Feliu de Guíxols a que el vendaval les reviente los cristales y que los pinos se balanceen, lanzando agujas y piñas contra tejados y parabrisas. Podría haber rodado un plano de peli de Oliver Stone en mitad de este fregado, imagínenselo, la puerta de la cocina abriéndose de golpe y porrazo y aparece el patrón Carlos Orta vestido de carnicero de Milwaukee con pantalón de combate, botas de monte, cuello vuelto de lana, chaleco y gorra negra de capitán de la marina mercante. El chaval mide dos metros y desprende bondad por sus cuatro flancos, cariñoso, apasionado, locuaz, insistente, caluroso, generoso y líder espiritual de su secta, ¡su equipo!, que lo reciben con ilusión cada vez que aterriza de sus garbeos por Francia.

Este astronauta es una rara avis que tutea y conoce al dedillo a todos los bodegueros borgoñones decentes desde hace un porrón de años. A lomos de su furgoneta los lleva tratando toda una vida de idas y venidas, volviéndolos locos con sus ocurrencias y ese magistral golpe de efecto que consiste en aporrearles el portón de la bodega con la puntera del zapato, por llevar las manos ocupadas con bolsas y cajas llenas de embutido, conservas, jamones de pezuña negra, sobrasadas y cintas de chuletas infiltradas de grasa. No falla. La generosidad es lenguaje universal y puntúa triple no saber dónde está el timbre del lugar que asaltas porque te sienten a distancia y te abren al primer bocinazo. Hagan prueba. Carlos es zampón excesivo, comensal afanoso y curioso hasta las trancas, se ganó el respeto de sus compañeros por ser gran anfitrión y liarla parda allá por donde pisa. Profeta indiscutible de los vinos “naturetis” sin anticongelantes, cuenta a su favor que adore todo lo bueno y también sienta pasión por el Château “sulfit” o vino bien hecho de toda la vida de dios.

 

Hace un siglo, sobre esta primera línea virgen de playa, levantaron unas cuantas residencias señoriales para que las familias de unos adinerados terratenientes valencianos pasaran allá las vacaciones a cuerpo de rey. Una de esas casonas es Villa Más y algunas otras que aún siguen vivas, que poseen el sabor de aquellos tiempos del cuplé y de una vida de pueblo en la que reinaban cuatro gerifaltes, el párroco, la Guardia Civil, el chófer de los señoritos y los que fumaban tabaco habano y no tenían que liarse los pitillos con picadura. A esta santa casa viene uno a beber y el equipo te centra el balón sin marearte. En estos tiempos de egos superlativos y menús largos e insoportables llenos de originalidades, es un planazo comer a la carta y sentirte el rey de la experiencia, marcando tú el compás para que suene “Fiesta” de Raffaella Carrà. El servicio de sala es amable sin compadrear, no pueden currarse más las ganas de agradar, y Núria, la sumiller residente, es una jabata gestionando una carta de vinos única, de dimensiones mesopotámicas. Sabrán que la especulación vinatera está a la orden del día y Villa Más es un oasis en el que alucinan los que acostumbran a pagar un pastizal por botellas que aquí ofrecen a precios muy razonables.

 

Renovaron el fogón, que ahora ruge como un Ferrari y olfateas en el ambiente el mismo perfume de ilusión y zapatos nuevos del Can Fabes de los noventa, porque estaban acostumbrados a guisar en un habitáculo minúsculo y ahora pilotan un cocinón que ofrece muchísimas posibilidades: planchas, hornos y amplios quemadores para rustir, sofreír o socarrar cabezas, esqueletos, huesos o espinazos y colar caldos y jugos con los que mojar arroces, estofados o suquets. Carlos mantiene viva y lustrosa una huerta inmensa de la que trinca todas esas joyas difíciles de conseguir en el mercado tradicional: habas, guisantes, brotes verdes, infinitas variedades de tomates, flores de calabacín o esas virguerías que ansían comer los clientes del garito, aliñadas sin más o con chicha asada o salteada. Te comerías todo, empezando por el calamar de potera a la andaluza, las sepionetas con panceta y picada o los erizos dulces de costa, servidos con pan tostado y mantequilla. Que no falten las croquetas de gamba de Palamós y la coca con tomate y aceite de oliva. Si hay buena gamba, derrítanse con los corales de la cabeza disfrutándolas crudas, hervidas un sí es no es o plancheadas sin achicharrarse, para que no pierdan su grandeza. El listado de platos es de locos. Arroz meloso con pluma de cerdo ibérico, setas y espinacas, paella de sepionetas, almejas finas y alcachofas, cabracho, dentón o mero asado, langosta de Blanes frita con ajos, pichón asado y sangrante con su cuello relleno o un monumental Chateaubriand con bearnesa, verdura, patatas fritas y ensalada verde. Apuren los vinazos con una cuña de Comté de Phillipe Bouvret, atícenle al milhojas de chocolate y cómanse un centenar de bombones de pasta filo rellenos de vainilla. Disfruten, que nos quedan dos telediarios. 

Villa Más
Passeig de Sant Pol 95 – Sant Feliu de Guíxols – Girona
T. 972 822 526
restaurantvillamas.com

 COCINA Sport elegante
AMBIENTE Campestre playero
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO *****/*****

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