El japo-peruano de la calle San Francisco
El otro día le dije a mi Eli que en cualquier momento me pongo a hablar y a escribir sin filtro y casi se mea del descojono, ¡qué cabrona!, “menudo sinvergüenza eres”. Otro satélite vitoriano llamado Poti, del que obviaré el apellido para que no asalten mi casa los de “protección de datos” armados con fusiles kalashnikov AK-47, me escribió invitándome a que siga repartiendo, evitando a toda costa convertirme en Bubba Gump. Si me disculpan, envío desde aquí un abrazo enorme al director de este diario que aguanta pacientemente mis monsergas, permitiendo que publique semanalmente estas crónicas gastronómicas “protesta” con las que disfruto como un guarro. Como dice mi entusiasta seguidor, es cierto que flipo navegando con mi tabla sobre la cresta de esta ola, escribiéndoles con empeño, eso sí, evitando el daño gratuito o el halago simplón y desnatado, pues bien sabe el dios Thor que me lo curro un huevo y si algo me gusta lo comparto y si no me place, va al cajón, porque no hago jamás leña del árbol podrido. Bueno, a veces sí, pero poquito.
Dice Carlos Alsina que en el preciso instante en el que tomas la palabra en la radio, eres Onda Cero, y debes centrar el tiro y comportarte, así que me tomo muy a pecho mi labor de cocinero gacetillero intentando dejar huella allá por donde voy, papeo, bebo o me siento a charlar plácidamente. Pido las cosas por favor, soy paciente y me comporto porque soy El Diario Vasco o El Correo, El Norte de Castilla o Las Provincias, y siempre estoy en el equipo del camarero, el cocinero o el friega platos. Soy un tramposo, bien lo saben los que ejercen el oficio de crítico de manual, destripándonos los ejercicios sobre el alambre de los chefs, dictando sentencia como en el circo romano, levantando o bajando el pulgar para que a éste o aquel fulano se lo coman los leones de la reina Cleopatra. Con la tontería, llevo escritos ya dos mil ciento dieciocho caracteres con espacios y aún no les conté nada del Elosta, que es una tasca donostiarra “chic” muy bien puesta en la que según reza su web, “se encuentran la cocina japonesa con la peruana y no se olvidan las raíces vascas: te sorprenderá la explosión de sabores y la excelente materia prima en un ambiente agradable y especial”. Doy fe y suscribo cada palabra.
Lo que me mola menos es que al bueno de su propietario, el pedazo de chef Mikel López, le haya dado mi móvil para lo que necesite y siga aquí esperando, descompuesto y atento al “guasap” de las pelotas pensando que en algún momento sonará un “clic” y lo agendaré. Cerdo, falso y traidor. Grabó los nueve dígitos del mío y me soltó en plan perro si se lo pedía para conseguir mesa. Me cago en la corona circular y en el paño púdico de Barrabás. A mi edad no mendigo una mesa ni jiña y cuando llamo a un local y está hasta la bandera doy las gracias y la enhorabuena y a otra cosa, mariposa. Que ya tengo cincuenta y tres boniatos, chaval. Entro en todos los fogones y saludo a todo dios compulsivamente para mostrarle mis respetos a los currelas que se queman las pestañas y les confesaré que el fogón del Elosta es un primor. López, capullo. Esta casa tiene adeptos a chorro porque lleva años haciendo las cosas pelotudamente y desde hace poco trasladaron su sucursal a una lonja en la que trabajan mejor. Guisan bien y manejan material de primera en un cascarón que poco tiene que ver con la estética del típico japonés de barra, taburete, cortina con mensaje Tao y mesa desnuda de mírame y no me toques. Ellos cocinan, trinchan, bolean, pican o aliñan y un equipo de sala muy eficaz y sonriente te lo lleva a la mesa con sus palillos, cuchara o tenedor y cuchillo. No hay que tener un máster en cata de vino de arroz o en técnicas de fermentos vegetales para pasárselo allí teta, porque al final todas las cocinas del mundo están llenas de fritos, ensaladas, sopas, pastas, carnes, pescados y dulces combinados en este orden o del revés, más o menos hechos, dulces, picantes o mucilaginosos, palabro este último que da más pereza que follar con calcetines acrílicos de goma floja o con una txapela negra de la compañía tolosarra “Boinas Elósegui”.
Harán diana si trincan croquetas #cocretas de atún con katsuobushi, tempura #frituradeLangostinos, gyozas #empanadilladeMóstoles de pollo con emulsión de ajo negro o el tártaro de atún picante con yema y mostaza. Los nigiris puntúan doble, sobresaliendo los de atún con chimichurri, salmón anticucho o el más guarro-gitano de huevo de codorniz con patata y pasta de trufa. Hay también un repertorio de cucuruchos gunkan y rolls a palo seco o con rellenos “tempurizados” reventones de vieira, ceviches, huevas de salmón, cangrejo real o chiguato, algas, frutas, aguacate, queso marrano Philadelphia y gochadas de toda suerte y condición. La carta de vinos es chiquita y matona e invita a beber desconsoladamente porque ofrece joyas como un riesling Heymann Löwenstein Schieferterrasen a cuarenta y dos boniatos de vellón. Es mi último aviso, Mikel, o me pasas tu móvil o te mando a un tuno con halitosis armado hasta las pestañas. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Elosta
Calle San Francisco 26 – Donostia
T. 843 630 325
https://www.elostarestaurante.com/
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Urbano Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO ****/*****