Santa Marimar y San Pablo de Tirgo
Cuando eres joven, andas ilusionado como una pava y atesoras apetito de tiranosaurio y te tiras a la fresca en un jardín o lees a Peter Mayle en sus escapadas por la Francia profunda e imaginas ríos de vino y cofradías de tíos corpulentos que juran fidelidad a un pedazo de queso o a una salchicha, con ceremonias de capa y espada, al más puro estilo de los mosqueteros de Alejandro Dumas. Juventud, divina inocencia. Menudo chasco es estrellarte contra la cruda realidad comprobando que el “Beaujolais nouveau” es imbebible o que esa “caspa” que se pasea por los pueblos vestida de paje de los reyes magos con sus capas son unos espesos infumables o que la santa compaña del Armagnac quiere homenajearte, sí, siempre y cuando pagues y les financies la farra. Menuda peña hay en el gran circo de la gastronomía. Para mear y no echar gota.
Mi Eli dice que se me está agriando el carácter pero es ahorro energético vital, pues activándote “modo avión” impides que el primero que aparezca te meta gol o te robe media mañana. No hay un minuto que perder. Antes salías de farra en rebaño y hoy no tienes cuerpo para multitudes. Mejor pocos y generosos, pues no hay nada peor que un tieso. Agarrado. Rácano. Mirado. ¡Qué asco! Después de comerme todo y dar más vueltas que el baúl de la Piquer, el paisaje más hermoso y exótico está a la vuelta de la esquina de tu casa: la felicidad se esconde en un chato de vino, un pedazo de queso o en cada loncha de una buena cabeza de jabalí recién cortada. Mis colegas son comerciales, chatarreros, jubilados, gruistas, mecánicos, venden máquina herramienta, acero inoxidable o son tasqueros de madrugón y cafetera. No quiero conocer a nadie más y lo que desearía es comenzar a “desconocer” gente, ¿se imaginan? Pillas el móvil, seleccionas una pila de contactos, pulsas el botón, ¡clic!, y se largan de tu vida para siempre. Y tú de la de ellos, ¡menudo festival de la OTI!
Endulzaré esta crónica gastronómica “protesta”, recomendándoles un lugar en el que lo pasarán teta. Vayan a Tirgo y a su asador El Pimiento, tasco felicísimo pilotado por Marimar y Pablo que alucinarán leyendo estas líneas, “qué mal anda del bolo el Robin Food”, estarán pensando. En esta casa riojana gozas porque todo aquel paisaje es un país de cucaña de libro de François Rabelais. Muchos vasquitos se dieron cuenta hace años y colonizaron Rioja comprando adosados, casas de campo o parcelas en las que levantaron cuatro paredes con su tejado, porche orientado al fresco, alberca o piscina y un fogón para guisar todas las golosinas que ofrecen sus mercados. Rioja es un paraíso en la tierra que protege sus viñedos con diferentes sierras, para que el mal tiempo y las borrascas que el Cantábrico les larga, lleguen dulcificadas y convertidas en suaves brumas o calabobos. Beban, pues, pero nunca solos.
El Pimiento es una casa engrasada a fuerza de curro, desvelos y de haber andado al quite y atentos a las necesidades de sus clientes, verdaderos reyes del mambo de toda esta mandanga. El lugar es una vieja bodega con los elementos necesarios para triunfar, pues poseen buena barra en la que discuten los lugareños, fogón y una gran chimenea con su parrilla que es el reclamo que pone aquello hasta la bandera junto a un comedor y una preciosa terraza abierta o abrigada, según apriete o afloje Lorenzo. Peña de toda condición corre a sentarse allá, anudándose la servilleta mientras ven divertirse a la jefa y a todo su equipo, que tienen siempre una sonrisa y se desviven para que todo dios esté más feliz que una perdiz. A categoría, raza, estampa y mano izquierda para la comedia hostelera no les gana ni el gran Manolo Gómez Bur. En alguna crónica ya les conté que a veces fríen huevos si los merece el cliente, es decir, no están en carta y los hacen a pares solo si se te encaprichan y los pides con educación, sabiendo que corres el riesgo de que te manden a cascarla a Parla. Así son sus reglas.
Si vienen del gimnasio o de podar viñas arranquen con los clásicos que ofrecían los paradores nacionales de los felices setenta: ensalada normal o ilustrada, espárragos viudos o con mahonesa o vinagreta, jamón ibérico y queso. También cuajan tortillas. Los expatriados o urbanitas estresados echan de menos los potajes, así que guisan patatas a la riojana con su sofrito, punta de picante y chorizo colgandero para que la peña se ponga hasta las tetas y sude como la pobre y desgraciada Sylvia Kristel, que palmó hecha un cromo. Son muy celebradas sus bandejas de morcilla y chorizo guarnecidas con rabaneras de pimientos rojos asados, mondos y guisados con ajos. La peña pierde la dignidad chapoteando con pan ese juguillo dorado y espeso que sueltan. Gran remate son las fantásticas fuentes de chuletillas de corderito lechal asadas al sarmiento, que se comen como pipas. Algunos las prefieren de palo y otros las de carne, churruscadas, porque se papean de un bocado. Para gustos los colores. Será un dolor de cabeza gestionar una carta de vinos en un lugar rodeado de tanto bodeguero oligofrénico. Otro día hablaremos del curioso fenómeno del vinatero peñazo que solo pimpla sus vinos en los restoranes, ¡cágate lorito! De postre, canutillos, hojaldres rellenos, arroz con leche, flan, cuajada, queso con membrillo o tarta helada. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Bodega Pimiento
Salvador 8 – Tirgo – Rioja
T. 941 30 17 77
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Asador campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO ***/*****