Altxunea

Un asador en pleno valle de Malerreka

Hacía muchos años que no visitaba la casa-estudio Karakoetxea en Ziga y a maese Jesús Montes, el pintor irunés que lleva toda una vida alegrando con sus lienzos las paredes de sus clientes, repartidos por el mundo. Me hizo mucha ilusión volverlo a ver porque escuchándole y observándole trastear, visualizas de golpe y porrazo los recuerdos más felices de tu tierna infancia y de repente ves pasar ante ti, como en una película de Tim Burton, a tus héroes de infancia: Marilén y Jorge, mis tíos, Luis, Mari Carmen, Jaime, Gloriatxo, Josemaría Blanch y tantos más que poblaban aquellos días, llenos de luz en cuanto aparecían por la puerta. La tienda Margarita, el Casino del Paseo de Colón, el quiosco de Lucas el carero de la Plaza de España, el “porrón” de Ibarla, las tascas de la Plaza de San Juan, las casas de comidas de la cuesta San Marcial y “Moskú”, las merendolas en la pajarera de Beraun con Menchu Gal y Luismari Paradis y cientos de instantes más, congelados en mi mente, forman una infancia y una adolescencia insuperables, ¡para chulo, mi pirulo!, ¡qué suerte haber nacido en Villa Kurlinka!

Nunca olvido los veranos de pinchos de tortilla de patata del bar Yola y esa eclosión de galerías de arte en las que nos colábamos para contemplar las escenas que ocurrían el resto del año ante nuestros ojos, filtradas por la paleta y la mirada de titanes de la talla de Gaspar Montes Iturrioz, José Gracenea, Bienabe Artía, Enrique Albizu, Menchu Gal y tantos otros. Alucinaba con aquellos personajes narigudos con los remos al viento, las cuadrillas de campesinos, los regatos serpenteantes, los senderos y hayedos del entorno, maizales, ermitas, imágenes costumbristas y esos verdes que aquí se convierten en azules y transforman el paisaje en geometrías y manchas de colores imposibles. Jesús Montes es un superviviente y ejemplar único de aquellos días, que encarna en el habla ese humor típicamente irunés, irónico, surrealista, disparatado, ocurrente y locuaz. Es moderno como el que más y jovencísimo por estimularse con la belleza, el trabajo, la curiosidad, el compromiso, las emociones y el cariño de todos los que necesitan tener su color bien cerca, para poder seguir respirando.

Pero dejémonos de monsergas. Esto no es un suplemento denso y espeso de crítica literaria rollo pereza “Babelia”, sino unas crónicas gastronómicas “protesta” en las que recomendamos tragos, bebercios refrescantes, latas de conservas, tascucios o comedores de postín con cortina lustrosa de raso baratero. En este caso y a escasos minutos de Ziga, en la localidad navarra de Ituren, los espera la gran Amaia Altxu, una jabata de raza que lleva bastantes años en el oficio persiguiendo el sueño de afianzar aún más su garito. Trabajaba como auxiliar de enfermería en Pamplona y runruneaba el convertirse en tasquera, tabernera o cualquier puesto que la situara frente al cliente, con una parrilla, una cafetera, una sartén o un cuchillo cebollero y una tabla. Encontró a su pareja de baile, su paciente esposo mantecoso Edorta, y se liaron la manta a la cabeza poniendo rumbo al pueblo, inaugurando un asador en mitad del campo, en la llamada Navarra húmeda del noroeste, que parece un territorio del Juego de Tronos de las pelotas pero es un idílico lugar del histórico valle de Santesteban de Lerín, hoy llamado valle de Malerreka.

Amaia es de carácter zurda e imprevisible, pues es la que manda en su casa y te desmantela una comanda en el mismo tiempo que te caga encima un bebé. Titá. ¿Y esto? Se descojona del mundo porque gobierna su parrilla con mano firme y si quieres merluza, comes mero, y si deseas hincarle el diente a un plato de jamón, acabas rebañando con pan una fuente de ensalada o pillando un par de fritos con la mano. Y encantado de la vida, ¡menuda artista! Tiene mucho mérito dirigir un garito con tanta personalidad en mitad de la nada, atrayendo a todo pichichi con su genio y la calidad del material que maneja y posa sobre las ascuas de su pequeña parrilla de ladrillo refractario. Dice ella misma que tiene “pedrada” y ese siroco se traduce en cuidar a la peña sin darle duros a cuatro pesetas. En las besugueras “hay que meter bueno”, y es verdad que el perfume de Arabia del carbón y los paños calientes de un sofrito de aceite de oliva bueno, ajos y guindillas no arreglan el roto ni el descosido de un pescado fulero o de una carne mediocre conservada al vacío. Así de clarinete.

Por eso es un deleite ver a locales y forasteros abarrotando su comedor para meterse todo tipo de pescados, besugos, lenguados, lubinas, rapes, rodaballos o la reina de la casa, ¡doña merluza!, ¡Marlene Dietrich del Cantábrico!, asada en lomos o en cogote, si hay suerte y uno llega recién desmembrada la pieza. No hay pescado superior. Antes, ya les dije, intentará encajarles algunas especialidades para que las disfrute la mesa completa: presume de su tartaleta o canapé de hongo con huevo trufado –extraordinaria–, de los pimientos rellenos de hongos y jamón –suaves y aterciopelados– o de la tostada refregada con ajo y con una montonera de jamón ibérico. Para rematar, costillas de cordero, finas como estiletes, con sus patatas fritas a lo “pobre”. También sirven chuleta de vaca o solomillo de ternera. Rematen este festín de “imposibles” con escocés o irlandés, que son esas bombas “completas” en vaso –helado o nata, café y chupito– que toman algunos gamberros, pensando que así evitan el postre y engordan menos. Me meo. Hay flan de nata, mousse de limón, tarta de queso y tejas con helado y chocolate caliente. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Altxunea
Consejo 27 – Ituren
T. 948 450 410

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO ****/*****

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