El Bosquecillo

Desayunos, raciones, parrilla, cócteles y brunch.

Los más carrozas recordarán los conciertos de La Pamplonesa en la Taconera en los meses de primavera y verano. Si se ponen un salacot en plan Eudald Carbonell y van allá buscando las huellas del pasado, verán una marca rectangular de cemento sobre la que tocaba la banda, a continuación de La Cuchara y delante de las mesas del establecimiento que hoy les recomiendo, El Bosquecillo. Precisamente para que tomasen un piscolabis los asistentes a aquellas serenatas, el ayuntamiento autorizó la instalación de este local también vecino de un estanque con patos en el que chapoteaba la chavalada, en el lugar en el que hoy se levanta el hotel Tres Reyes. Todo tan pamplonés como una rosca de la Mañueta de los Elizalde, ¡viva la Paulina!

Así que es un gustazo que aquello florezca y cobre vida, gracias al empeño de dos pedazo de cabrones, Javi y Jorge, jóvenes empresarios bien toreados que saben lo que vale un peine de carey. Con la ayuda de Leire, encargada de darle lustre a la instalación, inauguraron en junio del año pasado el tinglado para regocijo de vecinos, nostálgicos y toda la peña que pasa por allá a diario hacia el barrio de San Juan, Iturrama o el casco viejo, pues están mejor colocados que un Corte Inglés, lindando con un parque con ciervos, patos, faisanes y pavos reales y a tiro de lapo de la capilla de San Fermín, ¡viva!, ¡gora!, ¡ya queda menos!

Y en este lugar se dedican a dar de jamar y de beber a todo el que se acerque con ganas de liarse la manta a la cabeza, pues de todo hay en la viña del señor: sosos, plastas, liantes, lelos, aburridos, soplagaitas, cenizos, familias clásicas, desestructuradas y lectores de prensa gris, amarilla, rosa o de suplemento dominical. Para todos hay café, bollería, copazos “on the rocks”, jamón cortado a máquina, bocatas o lo que se tercie, pues están todos encantados de volver a ver aquello brillar como el oro de Moscú. Reúnen peña de todas las edades y franjas sociales, vecinos que llevaban años viendo el garito caerse a cachos, “pamplonautas” que buscan cobijo o asilo “político” y cuadrillas que quieren una mesa al aire libre para gritar, bailar, cantar y masticar echando felipones. Todos son bienvenidos a esta nueva parroquia del Bosquecillo que oficia a diario, repartiendo alegría en vez de sermones rancios, caspa y soflamas apolilladas.Y hacen lo que pueden, que es lo mismo que intentan Daniel Baremboin, Mariano Barbacid, Joss Stone o Carlos Alcaraz en sus respectivas ocupaciones, pues son tasqueros y atienden una terraza gigantesca desde una cocina minúscula muy bien organizada. Tienen días mejores y peores, como los médicos del ambulatorio, los farmacéuticos, los que proyectan las carreteras o los asesores del Pentágono. Es que algunos me reprochan de vez en cuando algún “gatillazo” en los locales que recomiendo en estas crónicas “protesta”, ¿y qué les digo?, pues que lo intenten de nuevo volviendo otro día y santas pascuas. La penicilina no la descubrieron de la noche a la mañana y hay tratamientos que cuestan un ojo de la cara y no hacen el efecto deseado, ¡me cago en la homeopatía!

Tienen una carta de raciones apetecibles a rabiar y un menú a mediodía por dieciocho lereles de vellón, corto y cambiante según la temporada. Les gusta el guisoteo y rascan el fondo del puchero, así que el cuchareo incluye albóndigas, legumbres con sus sacramentos, patatas estofadas, carrilleras o verduras navarras con su refrito de ajos y jamón. Le dan zapatilla a una parrilla eléctrica, así que se ahorran tener que justificar el empleo de carbón de encina o de madera de naranjo o sarmientos de viña, ¡menuda matraca da la peña parrillera con la filosofía del carburante y la mandanga cósmica de las ascuas siderales! Allí tienen un botón de “on-off”. Le dan y se enciende. Le dan de nuevo, se apaga y la piedra volcánica pierde fuelle. Ale, a cascarla a Parla. Asan en el serpentín a tiempo completo carretillas de sardinas, gruesas, grasas y prietas, con su tripa, su cabeza y su canesú, convirtiendo el parque en una prolongación del muelle de Bermeo, Elantxobe o Pasajes de San Juan. Zampar sardinas en Pamplona es tan difícil como comer torreznos en un campo base tibetano, un lugar lleno de infiernillos con pasta y arroz integral, barritas energéticas y chupas de tejido técnico de cinco mil euros.

Aquí persiguen su mantra, que no es otro que comprar bien, intentando no fastidiar el material y poniendo empeño en beneficiarse de los proveedores del entorno; Cipriano, pescatero que lleva desde 1939 cuidando una vitrina en la calle San Nicolás que parece el Tiffany de Nueva York o el gran Goñi, carnicero residente de lo viejo que los provee de la mejor carne de potro. Sus cortes a la brasa son teta de novicia, verdadero “bocato di Claudia Cardinale”. Entusiasman las zanahorias con yogur y pesto, la Burrata al romescu, los mejillones pequeños y las dos tartas de queso y chocolate, que vuelven loca a la feligresía local. La carta de vinos es corta pero resuelta con mucho criterio. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

 El Bosquecillo
Taconera 5 – Pamplona
T. 623 595 172

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