Gamón 14

 

Un clásico en la Alameda de Rentería

Vivimos tiempos en los que toma la palabra cualquier “tontolculo” o nos suelta su monserga existencial el primer pánfilo escabechado al que le arriman una cámara. Antes, para escribir, opinar o sentarse en una tertulia con José Luis Balbín, tenías que ganarte el puesto siendo muy listo y solo podías abrir la boca si aterrizaba a tu lado el helicóptero de Tulipán o se te acercaba disimuladamente el bueno de Alfredo Amestoy y acababas protagonizando un capítulo de “La España de los Botejara”. Mi oficio está lleno de boca chanclas como yo que pontificamos sobre lo divino y lo humano a garrochazo limpio, descojonándonos de los platitos de pizarra, del tataki de atuncito o dándole demasiado bombo y platillo a las últimas ocurrencias del chef de turno, que dedicó los últimos meses de trabajo de su “laboratorio” decodificando el genoma de un tallo de helecho y de una piel de leche fermentada incomestible posada sobre un trazo de caramelo de violetas cosechadas en un campo libre de químicos y pesticidas. Y vas y lo lees en una carta electrónica con su batería de litio, frente a un parking reventado de Teslas descapotables turbo inyección y te partes el nabo de risa. Tía Felisa.

Ya podían inventar un detector de “farsantes”, aunque con los años perfeccionas cosa fina el que llevas incorporado de serie. Escribe el “fiestero” de Hemingway: “El don más esencial para un buen escritor es tener un detector de mierda incorporado. Ese es su radar. Cuando andas tan atiborrado de ego, cuando además te masturban interesadamente, no eres capaz de detectar si estás haciendo mierda”. Amen. Gracias Edu Galán por pescarnos esta preciosidad, que sirve para ilustrar ese mundillo de la farándula “premium” gourmet. Sustituyan los palabros “buen escritor” por el de “chef”, lean de nuevo el entrecomillado y se echarán unas risas. Estamos rodeados de palmeros pisaverdes y de iluminados afinadores de bandurrias que no prueban lo que cocinan. Que la virgen santísima nos asista. Basta ya de chorradas. No se callen.

Por eso sabe a caño de agua fresca en Aracena un día de chicharra visitar el Gamón y contemplar cómo se menea en su salsa un hostelero de postín, Josean Aguirre, rayo “Tapatío” que no cesa, profesional como la copa de un pino. Es el típico artista que conoce al dedillo los caprichos y hábitos de su clientela y los amaestra como si fueran los leones de Ángel Cristo. Parido a imagen y semejanza de su padres, patrones del desaparecido Juli de la calle Viteri, sabe de sobra lo que tiene que hacer para que todos los que pisan su taberna, frente a la papelera, se vayan para casa volando como las brujas de Zugarramurdi. Si diera una “másterclas” de sentido común y oficio en alguno de esos foros en los que se dicen tantas grandiosidades, reventaría los titulares de prensa. Es muy simple: proponte que el cliente regrese una y otra vez.

La Alameda de Rentería fue un nido de crápulas, porreros, punkis y peña de mal agüero durante muchos años de los setenta y ochenta hasta que la zona se renovó y desmilitarizó, convertida hoy en un espacio en el que pasean familias, juegan los chavales y toma el aperitivo todo dios. Aprovechen y dense un garbeo por el casco viejo porque alucinarán con la factura de algunas fachadas, palacios y escudos de armas, pues muchos ignoran que Rentería fue ciudad señorial de hijos dalgos, truchimanes, espadachines y comerciantes de saco de maravedíes al cinto. Aquello, hoy, es una “ciudad estado” feliz y luminosa como las de la Grecia antigua, al lado de la gran Atenas, que es nuestra resabiada “ñoñostia”.

Sus tres propietarios se lo curran en el ruedo diariamente, como las faenas buenas de los toreros de raza. Igor Pazos y Arkaitz Etxarte son cocineros de sobrados méritos y defienden la plaza para que no tiemblen jamás sus cimientos. Josean es un guindilla, pues aunque su cometido esté en barra, sala y terraza, engrasa todo el mecanismo para que aquello carbure, los camaretas estén encantados de verte y salgas de allá airoso como el diestro Roca Rey. Maneja una “estación” de coctelería para hacerte vibrar con cualquier trago y es capaz de darle lustre con cuatro gotas de mandrágora o de bíter “Picon” a un Cinzano o a una caña de cerveza. Los tasqueros buenos son tan necesarios para la humanidad como los boticarios, capaces de sacarse de la manga fórmulas magistrales de valor incalculable. Allí se obra el milagro de la hostelería, porque no andan demasiado cautivos faltos de personal cualificado. Son autosuficientes, como los jardines del difunto César Manrique. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Cuajan una tortilla de patata que vale un Potosí y ofrecen clásicos como el pincho de bonito, gildas, croquetas variadas, calamares, boquerones o patatas “Gamón” con su salsa guarra. No dejen de probar el langostino frito “Rodolfito”, el taco de pulpo, el pincho de carrillera o el huevo con hongos y chips de alcachofa. Otro imprescindible es el bocata de albóndigas con patatas y ofrecen esas especialidades bien resueltas que a todo el mundo apetecen: bonito con vinagreta de tomate, solomillo de ternera con foie gras, rabo guisado, bacalao a la vizcaína, merluza en salsa verde o chipirones en su tinta. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Gamón 14
Alameda de Gamón 14 – Rentería
T. 943 577 035
www.gamon14.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca modernita
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****

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