Leña

Todo está rico, bien guisado, aliñado, asado y trinchado.

Conocí a Dani García en el Martín Berasategui de Lasarte en los tiempos del cuplé en los que yo iba de jefe de cocina por la vida y el chaval andaba en primeros platos, peleando con lasañas de anchoas, vinagretas de corales de bogavante y salchichones de pato frescos mechados de pistachos frescos que servíamos con un jugo fresco de carne ligado con vinagre, hierbas y aceite de oliva. El tipo era avispado y más listo que un buscapiés, la serranía Malagueña marca carácter al cocinero y al bandolero, ya lo saben bien todos ustedes, que se habrán zampado de críos todos los capítulos del fabuloso Curro Jiménez, ¡viva el Algarrobo!

Luego le perdí la pista y el muchacho anduvo formándose por ahí, que es algo que todos los chefs de provecho hicieron en algún momento de su vida, currar como perros en ese fogón o ese obrador de ensueño sin preguntar por el sueldo ni los días festivos. Fuimos tan entusiastas, que los pocos días que nos dejaban dormir en aquellos tiempos de grumetes, aparecíamos en las cocinas en las que nos formábamos para aprender de pan, pastelería o nos colábamos en la carnicería de algún hotel para deshuesar lomos, bolas o pistolas, ¡menudos pedorros! A Dani García lo volví a ver en su aparición estelar en sociedad, en el viejo Tragabuches rondeño, tras la vieja Real Maestranza y su maravillosa Plaza de Toros, que tantas tardes de lustre y raza ha ofrecido a los muchísimos aficionados, ¡viva Cayetano Ordóñez!

Por aquellos días revolucionó la cocina andaluza, utilizando las herramientas propias de un mago Merlín de la alta cocina. Se conocía los trucos al dedillo y supo cargar con la luz y el sabor de su tierra biberones, sifones y piscinas de nitrógeno líquido para disparar con su revólver todo el recetario de la cocina andaluza, reconvertida por su varita mágica de Harry Potter en escamas, hielos, granizados, gelatinas temblorosas o tragos de chupito que contenían porras, gazpachos o pipirranas que cambiaban pimientos dulces por chiles bravos, tomates por cerezas, melocotones o aguacates y todo un arsenal de ideas frescas que pusieron patas arriba el recetario sureño. Le cayeron hostias gordas como hogazas de pan cateto, pues a los viejos centinelas no les gusta un carajo que les cambien las comas a un salmorejo, a una zurrapa de lomo, a una paella de la albufera o a un guiso de chipirones en su tinta. Yo recuerdo aquellas visitas a su restorán como días muy felices en los que podíamos comer, merendar y cenar sin despeinarnos, marchar luego de farra y a la playa a dormir la mona, ¡qué tiempos, José Luis Balbín!

No soy cronista ni biógrafo del muchacho, porque le perdí la pista hace mucho tiempo, pero anduvo por Marbella y la lio parda en diferentes establecimientos estrellados que no tuve el gusto de conocer porque había que reservar poniéndose a la cola y yo no mendigo una reserva de mesa. Prefiero comer en un kebab guarro o en la tasca de enfrente sin sobresaltos y sin tener que devolver favores. Eso sí, comí con colegas en alguna de sus casas “normales”, en su “Bibo” del Marbella Club, en el que podías meterte entre pecho y espalda frituras finas, bocadillos pringosos, pizzas guarras o asados estilo “Aranda” con papas y ensalada. Siempre he sido más de pringue, batiburrillo y mucha bebida fresca que de trampantojos, falsos tomates, trazos galácticos, florecillas, escarchas y demás cachupinadas.

Al tipo también lo invité a la tele, cuando emitimos Robin Food en Tele 5 y le sudaban las manos de los nervios, como a un banderillero novel, mientras el equipo de Lasarte le sacaba las castañas del fuego, que para eso están los colegas del oficio, para sacarte de las broncas de bar cuando andas empanado. Y miren por dónde, hizo también su programa de televisión, más chulo que un ocho, ¡menudo fenómeno! Lo veo muy enredado con sus movidas, hecho un C Tangana de la gastronomía y me parece la bomba, aunque lo envidio poco. Lo imagino en aviones o en bólidos a toda pastilla requerido por sus negocios y compromisos, durmiendo poco en casa y sin ver a su madre o a sus niñas o a su cuadrilla, que suelen ser los que te aterrizan las chorradas con collejas terapéuticas. Menudo cristo, Dani, ¡ánimo!, ve derecho y que dios reparta suerte. En tu Leña se come muy bien, aunque los lugares oscuros, “guaises” y llenos de peña haciéndose fotos no son santo de mi devoción. Prefiero comer raciones en mesa de plástico, con un quinto de cerveza. No seré yo el que te toque la minga porque lo haces de fábula, llevas mérito, mucho talento y yo también soy cocinero. Desprecio a muy pocos de mi gremio, solo a los que quisieron verme disecado bajo tierra, pero se quedaron con las ganas y andan por ahí largando sermones de filosofía barata. Y tú, lector, que estarás flipando con esta crónica marciana, no lo duces. Si tienes que celebrar algo y necesitas sentirte “Toro Sentado”, deseas marcha y calzas el apetito de Arnold Schwarzenegger, siéntate en Leña y ponte hasta las trancas porque todo está rico, bien guisado, asado, aliñado, trinchado y servido. La carta es larga y francamente apetitosa para que puedas engordar con ilusión y desenfreno. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Leña
Paseo de la Castellana 57 – Madrid
T. 911 08 55 66
https://grupodanigarcia.com/lena/madrid/

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito pijo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO *****/*****

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