Oria

El restorán desenfadado del Monument barcelonés

Lo que les cuento es una monserga que vengo repitiendo desde que les doy la brasa por escrito y es que nada me gusta más que dormir en un hotel con pedigrí. Soy así de pitilín, un aristócrata de medio pelo. También les digo que me conformo con un bocata de salchichón del súper o un botellín de Mirinda, me acuesto si hace falta en una tienda de campaña o en un hotelico de esos llenos de niños con castillos hinchables y monitores de piscina pegando gritos. Pero prefiero silencio, vaso fino de cristal, café recién hecho, bollería crujiente, colchón grueso de los de subirse a la cama con escalera, secador potente de pelo, sábanas de hilo y abundante papel de culo “doble capa”. El Monument de Barcelona, que es el cascarón que alberga el restorán de hoy, es un lugar al que me iría a vivir si fuera Lorenzo Caprile o el magnífico, de la casa de los Médici.

En este increíble local del Paseo de Gracia disfrutarán de una Barcelona luminosa y cosmopolita, a pesar de algunos bandurrios que trabajan muy duro para arruinarla, pues ésta indestructible ciudad mediterránea sigue dejando huella en los que la visitan, con ese esplendor de vieja dama. Los hoteles, como los trenes forrados de madera, las calles vacías de madrugada o la terraza de un viejo café, siempre me parecen escenarios muy literarios y los deseo irremediablemente. Les parecerá raro, pero mientras unos ansían escalar el Mont-Blanc, partirse la crisma en bici en Monegros, bajar en canoa por el Nilo o echar dos días en un parque de atracciones terroríficas pagando cifras astronómicas por la entrada, yo siempre perdí el culo por rascarle unos duros al pago de la hipoteca para dormir en los establecimientos que aparecen en mis lecturas favoritas. No se vayan de este mundo sin echar un trago en el Claridge’s, sin pimplarse un cubalibre en el bar Hemingway del Ritz o sin apurar un gin-tonic en el Península de Hong Kong, porque se divertirán un rato largo y si hay suerte, terminarán agarrados de la mano de una bailarina turca, de un modelo senegalés del Zara o durmiendo con un marino mercante tatuado y tunecino, ¡agárrame del pepino!

Intentaré centrales la jugada de una vez para no restarle emoción a este pedazo de restorán, pues la casa ostenta todos los récords mundiales de la jamada al albergar entre sus cuatro paredes nada menos que cuatro estrellas Michelin, atesoradas por el gran Martín Berasategui, portento de la naturaleza. Lleva ya muchísimos años trabajando codo a codo con la familia propietaria del hotel, reconvertido desde 2016 en un cinco estrellas gran lujo engarzado en un palacete de inspiración neo-gótica, la “Casa Enric Batlló”, construida a finales del XIX por el arquitecto pre-modernista Josep Vilaseca i Casanovas. La casona atesora casi noventa habitaciones y suites y todas y cada una desprenden ese perfume embriagador de los materiales nobles, las flores naturales y una fragancia propia de los lugares emblemáticos, pues igual que aquella novia de adolescencia que olía a flores, en el Monument huele a madera, cítricos, magnolia, miel y agua de azahar, o algo parecido.

En cuestiones de papeo, la jugada está repartida entre el Lasarte, flamante tres estrellas Michelin dirigido por Paolo Casagrande a lomos de su brigada, o el Oria, separado de ese templo por un delgado tabique, que ostenta también su estrella. Cuenta con grandes ventajas, las de un espacio alojado en el mismo vestíbulo junto al despampanante bar y abrigado de las miradas indiscretas, rodeado de una puesta en escena que rinde honor a la cocina vasca, reinterpretada elegantemente por Xabier Goikoetxea, vizcaíno de pura cepa que lleva tantos años en la ciudad como para teñir su propias raíces con destellos de cocina catalana, equilibrando la tradición y la fuerza del guiso y del sofrito con modernidad y frescura, pintando la vajilla con soltura, delicadeza, dedicación y mucho oficio. Se les ve el plumero utilizando kokotxas, txangurro, chipirones o bacalao, que visten de color y con ese punto orgánico de las fachadas de Gaudí o los óleos de Anglada Camarasa. Juegan a cocineros, pero sin enmascarar los productos y sin fuegos artificiales gratuitos que llenan los platos de rayas, polvos, salsitas y demás artillería fulera sin sustancia. Los platos los pringan con guisos de cerdo ibérico, salsa yodadas, cebolletas trufadas, crema de coliflor reventona de mantequilla y aceite de oliva, raviolis de rabo de buey, salsas perigordinas, berenjenas estofadas con miso, salsifíes soasados, cremas de praliné de avellanas o helados de cáscara de limón. Aquí todo se zampa y se rebaña. Hay tres maneras de ponerse púo. A mediodía, trincándose un menú más asequible e informal o festejando la vida por las noches con cualquiera de sus dos propuestas: más corta para los que tiene prisa por acostarse, o más larga, para los que prefieren meterse bolingas en la cama. Dirige la sala Zoltan Nagy, que parece delantero centro del Paris Saint-Germain. Custodia la bodega Ricard Amoros e Inés Vázquez es la reina mora del lugar, llenando de luz todos los rincones del hotel. ¡Garrote! Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Oria
Passeig de Gràcia 75 – Barcelona
T. 935 482 003
www.monumenthotel.com/es/restaurante-oria-barcelona-1-michelin/

COCINA Sport elegante
AMBIENTE Modernito Lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / Negocios
PRECIO *****/*****

Deja un comentario