OAR cottage

Un paraíso en Garai

Llevo muchos años turisteando por nuestra geografía más cercana y somos unos privilegiados porque vivimos en un paraíso terrenal en el que llueve torrencialmente en invierno y aprieta Lorenzo en verano. Les parecerá una tontería, pero a pesar de los malos augurios proféticos de Greta Thunberg y sus locatis mutantes, aquí todas las estaciones tienen marcada personalidad y disfrutamos de una diversidad fuera de serie. Llegan cuando tocan las setas, las becadas, las anchoas, los guisantes, las alcachofas, el cordero lechal, los tomates, el bonito, las sardinas, los chipirones, las frutas rojas, las tórtolas, la manzana “errexila” y el resto de golosinas que ponen los dientes largos a locales y forasteros. Como en las películas fantásticas de Tim Burton.

Aquí no hicimos más que currar toda la vida en la huerta, en la fragua, en la sacristía, en el astillero, en la mar o en el mercado, vendiendo los cestos de verduras y huevos. Todos esos caseríos que pueblan nuestros prados no son más que tochas máquinas de producción masiva, destinados al sustento de la economía local y familiar. Bajo sus techumbres, nuestros antepasados encontraron cobijo poniéndose a la cola detrás de las bestias y los aperos de labranza. Vacas, pollos, cerdos y toda la ingeniería necesaria para fabricar utillajes o alimentos ocupaban palco en su interior, dejando las peores localidades para los humanos. El catre cerca de la cuadra y la cocina, colchón de hoja de maíz y arreando que es gerundio. Puerca vida. Las iglesias y los caseríos siempre me parecieron artefactos de sufrimiento. Lo sé, soy un exagerado. Y los confesionarios son los primigenios cajeros automáticos. Piénsenlo.

Vuelvo de los cerros de Úbeda para recomendarles un alojamiento de ensueño en la localidad vizcaína de Garai. En alguna ocasión les conté que este pueblo de poquísimos habitantes cuenta con establecimientos de hostelería fuera de serie. Así que ahí llevan la mejor excusa para reservar cualquiera de sus fabulosas habitaciones. No olviden que es una ensoñación, porque si los caseríos vascos hubieran sido como el OAR, nos habríamos ahorrado muchos disgustos. Quiero decir que si nuestros abuelos hubieran dormido y desayunado como en este paraíso, habríamos evitado mucho sufrimiento y disgustos descomunales. ¡Viva la riqueza vital! Con la comodidad de este “cottage” no habríamos padecido fusilamientos, revoluciones, desigualdad, envidias, mezquindad y todo la rasmia que acumulan la miseria y la dificultad. Para vivir hoy bien, tuvieron antes que pasarlas canutas. Eso es así.

Carmen y Manu son los anfitriones de esta joya abierta al mundo, restaurada con un gusto y una sensibilidad colosal. Alucinarán. Me encantaría que los que habitaron esta casa del siglo dieciséis se pudieran levantar de la caja para ver con sus ojos semejante alarde de hermosura. Las bestias se quedaron fuera y el único animal que corre por allí es un perrito blanco que atiende por Cocó. Todo está parido para agradar al visitante y el lugar debería de utilizarse como referencia universal para restaurar una vieja casa de labranza. Soy un chiflado de la hotelería y mis destinos los condicionan siempre los mejores hoteles que puedo permitirme. Trabajo duro y como una mula para darme ese gustazo de vez en cuando y lo de este establecimiento es otra liga. Los que planifican los nuevos “estándares” del lujo tienen la brújula averiada y deberían de aplicarse el cuento de visitar a esta pareja, capaces de revolucionar el confort con apenas siete habitaciones. Maderas restauradas. Soleras de piedra. Robustos dinteles. Lino. Chimeneas. Todos los materiales se recuperaron, volviendo a cobrar vida. Puedes fumar tabaco repanchingado ante la misma fachada, sentado en un butacón. O tomarte un copazo a cualquier hora porque el barman eres tú. Las cubiteras guardan coscorros de hielo. Con tu clave personal entras y sales sin que nadie te de la murga. Las camas son de otro planeta y en las duchas podrías vivir: platos anchos, alcachofas gigantes, textil mullido y amplio, caudal generoso y chorrazos sin parangón, ¡cuánto nos racanea la hotelería fulera del montón pagada a precios desorbitados! Falta sentido común y ponerse en el pellejo del que entra por la puerta. Si muchos directores durmieran en sus instalaciones o dueños de restorán se sentaran a comer en sus comedores, otro gallo cantaría. En OAR no cocinan pero los desayunos son de ensueño. Todo está muy bueno y reciente: pan, bollería, bizcochos, mermeladas, huevos, fiambres o zumos de categoría. Ofrecen cuatro golosinas para los que, oteando el panorama, no deseen salir de allá ni a cobrar un décimo del gordo de la lotería. Chacina ibérica, anchoílla en salazón, ventresca de bonito con cebolleta y piparras, terrina de foie gras y algunos quesos de la zona. Tienen una pequeña carta de vinos y les faltarán horas para colonizar todos los espacios de la casa. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

OAR cottage
San Miguel 6 – Garai
T. 946 200 601
oarcottage.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO *****/*****

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