Kai Sushi Bar

Sushiman de raza con manos de costurera

A veces sientes la llamada del papeo del cercano oriente y no paras hasta currarte un cuscús con la olla exprés y todos sus sacramentos, pollo, cuello de cordero, garbanzos, mucha verdura y especias morunas. Otras ruge el estómago pidiendo filetes empanados, hamburguesas cerdas con ketchup, pollo tandoori, vainas con patatas con su chorro de vinagre y refrito de ajos o un plato de pasta bien cocinado con su salsa de tomate y albahaca. El tasco de Sebastián Pincheira sirve para quitarse el mono de cocina mestizo japonesa, porque en el mismo cogollito donostiarra ofrece un catálogo de especialidades suculentas que desfilan según lo va pidiendo el cliente. Las barras japonetas con un figura al frente, comparten con nosotros esa costumbre patria de los mostradores que van pillándote el pulso constantemente, pues repites los bocados que te molan o varías la intensidad de los platillos, pasando de crudo a sopa hirviente, de fritura caprichosa a rollito maki relleno o te detienes un instante, respiras hondo y vuelves a la carga con otra decena de pequeñas piezas. Si a este festival le incorporas un grifo de cerveza helada, una carta de vinos seleccionada y una actitud inquebrantable por agradarte, solo deseo al Kai Sushi larguísima vida para que nos siga reventando la nariz con sus chutes de wasabi.

Ocupan un antiguo bar de toda la vida y es aconsejable reservar con suficiente antelación si quieren sentarse en alguno de los contados y solicitadísimos taburetes del mostrador, dando la espalda a un pequeño comedor en el que puedes apalancarte, pero perdiéndote todas las maniobras orquestales del colega Sebastián con sus cuchillos y sus manos de costurero parisino. Al otro lado de la cortina se adivina un fogón que escupe humo y del que salen cocineros hechos y derechos a requerimiento del patrón, para ayudarlo en sus tareas o acercarle todas las elaboraciones que resuelven en cocina sobre la chapa, en la sartén, el puchero o la freidora para rematarse frente al cliente, sin trampa ni cartón. El tipo y sus secuaces no levantan la vista de la tabla o de la faena que los entretiene y no dedican un solo segundo al compadreo, al comentario chorra o a meterse donde nadie los llama, controlando con el rabillo del ojo a todo pichichi con el único propósito de que los allí reunidos bebamos, comamos o gocemos sin que nada falte y como si esa misma tarde fuéramos a participar como kamikazes en una operación suicida en la bahía de la Concha.

Lleguen temprano para gozar de la película antes que ninguno. Todos los cortes de pescado crudo los mantienen frescos en una pequeña cámara, ventrescas grasas, lomos de atún rojo, salmón, vieiras, gambas, salmonetes y todo tipo de pescados del día. El arroz blanco aguarda en su cubo de madera. Los cuchillos listos y afilados junto a su tabla, palillos de acero y bayeta. Frascos con condimentos, esteras, aderezos, tarros con salsas dulzonas y balsámicas, botellas, biberones y una pequeña parrilla para perfumar cabezas de marisco, carnes infiltradas y escalopes de anguila cocinada y embebida en mejunjes acaramelados. Todo tendrá su nombre y su apellido, pero cada vez tengo peor memoria y como dice mi colega de periódico maese Moyano, no es necesario profundizar demasiado ni ir de ginecólogo del papeo para que no se le quiten a todos ustedes las ganas. Quedémonos con la “forma” y que al “fondo” le den puñetas. La lista de platillos es interminable e imagino que la ceremonia de los listos arrancaría con un trago de agua caliente, oración al sol y lavado de manos con esas insoportables toallitas húmedas y calientes de casa de citas de la Línea de la Concepción. Allí la aventura comienza como a uno le sale del miembro, cosa muy de agradecer, y hasta las típicas e incomestibles habas tiernas de soja “edamame” las convierten en pipas adictivas gracias a la brasa y al picantillo. Hay empanadillas “gyozas” con rellenos currados, sopa miso o pollo frito “karaage” marinado. Tempura de todos los modelos y colores, cortes de pescado variados “moriawase” en sashimi o montados a lomos de un pellizco de arroz glutinoso, con forma de “nigiri”. Las vajillas son largas como tablas de planchar y los gordos como yo no podemos salivar más, pues una fila interminable de esas piezas montadas son una verdadera maravilla. El chaval es chileno, tiene mucho oficio y como la cocina japonesa la carga el diablo y uno la interpreta como le sale del moño, se enorgullece de algunas especialidades propias que tienen mordida muy cerda: makis rellenos con langostinos empanados, aguacates, queso crema, atún picante, queso Idiazabal fundido, salsa parrillera y chimichurri y demás marranadas emocionantísimas. Los muy desgraciados cuidan hasta el postre, pues sirven una cazoleta de chocolate preñada de miso chorreante con helado de limón que se sale del mapa. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Kai Sushi Bar
Arrasate 5 – San Sebastián
T. 646 694 163
kaisushibarss.com
@kaisushibarss

COCINA Sport elegante
AMBIENTE Tasca japoneta
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO *****/*****

Deja un comentario