Iriarte-enea

Brasa y platillos reconfortantes

Si quieren ponerse tiernos, paren un momento, visualicen los restoranes que más veces visitaron a lo largo de su vida y comprobarán que están en pista de despegue para salir volando en cualquier momento hacia Villaquieta. En mi caso particular murieron muchos de los que me acompañaron en aquellas gloriosas cuchipandas, primos, padres, amigos de toda la vida y personajazos entrañables que aparecían tanto por casa que se ganaron para siempre el apelativo de “tíos”, Javi, Jóse, Cristina, Maricarmen, Gloriatxo, Josemari, Pablo y tantos otros con los que brindamos y papeamos como vikingos, ¡qué infancia más divertida! En mi alineación de garitos están la desaparecida Oca de la donostiarra calle San Martín, Atamitx y Matteo en Oiartzun, el Alameda y el vecino restorán del aeropuerto de Hondarribia, entre muchos otros, pues la lista sería interminable. Otra magdalena de Proust es el cercano Patxiku-enea de Lezo, en el que peleábamos a dentelladas con las chuletas para salir pitando al descampado a abrirnos la cabeza jugando al fútbol, a las carreras y al escondite.

Ahora con los achaques de la edad, la cadera martilleando y las rodillas a puntito de caramelo, apetece comer cerca de casa y el garito a mano que reúne esa familiaridad y condensa la sencillez de la comida bien resuelta, colocada sobre la mesa sin que nos toquen las maracas, es el Iriarte-enea, que les recomiendo visitar en cuanto sientan la llamada de esos platos reconfortantes que apetece comer a todas horas, ensaladas, sopas, picoteo de vivos colores al centro de la mesa y esa parrilla que perfuma una gran variedad de carnes y pescados. Como muchos de los locales de similares características que campean por nuestra geografía, este tipo de asador tiene su origen en el antiguo caserío de montaña que poco a poco cambiaba los aperos de labranza y los espacios dedicados a las bestias por barras con sus botelleros, cafetera, tapete, amarrecos, naipes y amplio comedor con mantel, mesas, sillas y bancos corridos.

En los últimos años hemos celebrado allí muchas parrandas y la casa se mantiene fresca, lozana y espabilada para no malograr ese feliz cuerno de la abundancia de suculentas especialidades. La ensalada mixta es siempre la misma, ¡aleluya!, resuelta con lechuga crujiente recién lavada, tomate maduro, plumas de cebolleta recién cortadas y esos clásicos tropezones por los que vale la pena batirse a duelo con florete: espárrago blanco de conserva, huevo cocido, bonito del norte en aceite y buenas aceitunas verdes, carnosas y tersas. Las croquetas de jamón son enormes, cremosas y tienen fieles que llegan desde todas partes para comérselas, plantándose como yonquis ante una ración para ellos solos, con su blonda de papel pringada de grasa. Nunca lo dije, pero como me hago viejo pellejo y me crecen los pelos de la lengua, sería la bomba que cocinaran un rato más la bechamel para que perdiera ese gusto a harina cruda, ¡ojalá se obre el milagro! Los chipirones pasados por harina y fritos, la tortilla de bacalao, las guindillas del país, las almejas a la marinera o los cuencos de sopa de pescado o de cocido, son otros imprescindibles de la carta. Además de otros dos comodines a los que habría que ponerles un piso en Miraconcha, el jamón ibérico y los espárragos dos salsas, que se detallan en carta con un “cinco frutos” encerrado entre paréntesis, ¡viva la tía Jesusa!

Para terminar, meten mano a ese material que necesita fuego y tener todo claro para no cagarla, pues logran esa regularidad para que sea el día que sea, todo esté impecable y a pedir de boca, sin sorpresas ni sobresaltos. Asan a la parrilla rapes, rodaballos, besugos, colas o cogotes de merluza, y los riegan sobre las fuentes con vinagre de sidra y mucho ajo picadísimo, frito en abundante aceite de oliva, que junto al jugo y la lechosidad del pescado, forma una piscina de escándalo en la que deben bucear con pan, ¡no hay mayor felicidad que el unte! El apartado carnívoro guarda tres perlas incuestionables. La chuleta de vaca, las chuletillas de cordero y el cordero lechal troceado y emparrillado, de mordida más contundente y magra que las costillas, que se comen como pipas con las manos, pilladas por el rabo. Las patatas fritas son otro festival de la OTI, rebanadas en rodajas y fritas en aceite muy bueno, servidas con generosidad y en abundancia, sin medida, pegadas unas a otras, retorcidas y churruscadas cosa fina. El ambiente es familiar y el servicio es apañado, si quieres los huesos para el perro te los meten en una bolsa y tiras para casa feliz y contento. Vale la pena hincarle el diente a alguna tarta o bola de helado y apalancarse un rato en la terraza para fumar o terminarse el combinado. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Iriarte-enea
Gaintxurizketa – Lezo
iriartenea.com
@iriarteenea
T. 943 52 99 89

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ****/*****

Deja un comentario