¡Honor y gloria para la salchicha!

Si hay un producto humillado es la pobre salchicha, símbolo de felicidad que nos procura tanta alegría sumergida en tomate, encebollada, en bocadillo con salsa picante o enterrada en puré de patata de sobre resucitado con leche, nata y su pegotazo de mantequilla.

Lo que la industria alimentaria chunga ha hecho con la salchicha no tiene perdón de dios padre redentor, convertida en un despropósito de picadillo marrano embuchado atiborrado de aditivos, fosfatos y nitritos.

Me privan las ahumadas con mucho curry y mordida “knack” alsaciana, que es esa resistencia al tarisco que las salchichas escaldadas ofrecen cuando la trincas.

Córtalas en rodajas muy gruesas, tuéstalas en una pizca de aceite por sus dos caras, sírvelas sobre una tortilla francesa redonda de media docena de huevos grandes, pilla el frasco de kétchup y mostaza cerda y ponte guarro, que cuando menos te lo esperas, esto se acaba. Chispum.

 

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