Mi Eli es una chiflada de los vinos dulces húngaros que maese Pablo Álvarez y sus muchachos elaboran con tanta delicadeza, así que no hay mejor excusa para pegarle un lingotazo que descorchar un par de botellas y celebrar el primer cumpleaños de mi ahijada Telma, un bellezón nórdico indostánico que me sacará los ojos en cuanto se ponga en pie, hable y pida la paga.
El trago es sedoso de pelotas y la mejor pareja de baile para un pedazo de pastel que se curró la madre de la criatura.
Si necesitan más datos técnicos sobre retrogustos y matices nasales, investiguen en internet o en algún portal de sabiondillos del vino, llenos de pitilinadas, puntuaciones y sesudas consideraciones. De nada.