Ostatu de Orendain

La tasca de Enkarni y Pablo

Subir a Orendain es un lujo hasta para un nativo como yo acostumbrado a la lluvia, al sirimiri y al verdín, pues la carretera hasta la pequeña localidad guipuzcoana parte desde Alegi y la misma vera del río Oria, serpenteando entre robledales, hayedos y un derrotado via crucis, por si alguno necesita socorro espiritual y quiere arrancarse con el santo rosario antes de plantarse ante Enkarni y Pablo en su ostatu. Los habitantes del interior que no aterricen desde la costa hacen cumbre atravesando Abaltzisketa y Zaldibia, que es la capital mundial del jugoso Mondeju y un territorio en el que pastan vacas y ovejas que se alegran la vista cuando se ven en mitad del Goierri, rodeados de la sierra de Aralar y a los pies del sagrado Txindoki, que como todo el mundo sabe es una cima que debe subirse a trote ligero al menos una vez en la vida, cargando mochila y bocata, sin echar la vista atrás para no ser un cobarde.

Orendain es chiquita y está anclada sobre un altiplano como si fuera un poblado Inca, así que deléitense con el hermoso panorama del Aitzgorri, el macizo del Ernio, los montes Otxabio o Uzturre y hagan hambre para calzarse la cocina sabrosa y doméstica de un matrimonio que lleva casi treinta años instalada en el mismo edificio de un ayuntamiento de sólida fachada neoclásica que protege al valle y abriga viejos caseríos y los chalets de nueva construcción de la localidad. Si llegan un día fresco, agradecerán franquear la puerta y tropezarse con mesas corridas llenas de clientes dando cuenta de las especialidades de la casa. Mientras unos sorben caldo humeante, un par de albañiles de Tolosa de buzo y furgoneta llena de ladrillos se pelean con una sopera de alubia y morcillas, un jubileta trinca cuatro lomos adobados con patatas de una fuente y otro percha trajeado de una caja de ahorros se relame con un flan.

Ante este panorama tan esperanzador, solo queda agradecer la labor sorda de muchos “ostatus” del territorio y remangarse para dar buena cuenta de sus ensaladas, sopas, guisos y asados guarnecidos con boles de lechuga y cebolleta aliñados con aceite de oliva virgen extra y patatas fritas de verdad, ¡aleluya! Enkarni y Pablo se reparten las tareas de cocina y sala, atendiendo a la peña y arrimando los pucheros al fuego desde bien temprano, pues lo mismo sirven desayunos que almuerzos o improvisan una montaña de bocatas para una excursión escolar que saldrá rumbo al mercado de Ordizia a pasar la mañana. El patrón estuvo hace mil años en un taller de mecanizado fabricando tornillos y se lio la manta a la cabeza con su chica para echarse al monte y buscarse el jornal trabajando en hostelería, una pasión que lo tiene cautivo porque se siente feliz atendiendo a su gente, ¡si tuviera que jubilarse se muere! Este mismo verano enfermó en vacaciones y tuvo que quedarse quieto en casa, ¡casi le da un jamacuco!, no dormía sintiéndose enjaulado, vagaba por el pasillo apretando bien los dientes para curarse, terminar su encierro y salir por patas al curro a servir mesas, descorchando botellas de vino y atendiendo a todo pichichi.

Su pareja de baile es una cocinera de libro que prefiere enfrentarse ella solita a los pucheros para no tener que andar vigilante con las tareas de ningún ayudante, ¡me cago en la corona circular! Su cocina es un paraíso limpio, ordenado y muy bien apañado en el que brillan fuegos, sartenes y culos difusores de pucheros cargados de sofritos, legumbres estofadas o salsa rojas y marrones en los que hierven bacalao, pollos, conejos, redondo de ternera, albóndigas, palomas o lo que sea. No se piren sin hincarle el diente a las alubias rojas de las huertas locales, cocinadas viudas y guarnecidas con morcilla y guindillas encurtidas. Está cañón la verdura caldosa del día o la sopa de pescado. Si son intrépidos y estuvieron en Vietnam, atícenle al mondeju o al guiso de oveja y dense el gusto con platos tan reparadores como el pollo de caserío asado o frito con ajos, la merluza rebozada o el cordero guisado o asado. Fríen huevos, hacen tortillas de todos los gustos y los fines de semana traen más pescados y algunas otras golosinas más caprichosas. En el mismo pueblo, los amigos de Larreta manufacturan unos lácteos del copón, así que yogures, queso o helado son postres que no se los salta ni Martín Fiz. Tienen una fabulosa terraza trasera y acristalada que no la hay ni en los cafés de los Campos Elíseos del elegantísimo Paris.

 Ostatu de Orendain
Errosario Plaza – Orendain
T. 943 653 048

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****

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