Toda la vida de dios me encantó morderle las tetas a las cabras y gozar con esos rulos, cilindros o pirámides truncadas de queso tierno de corazón blanco inmaculado y corteza enmohecida que pillábamos en la France de la patrie.
El otro día escribí de otro fabuloso queso extremeño y enlacé equivocadamente el instagram de las pelotas a esta quesería de La Adrada, que está en Ávila y fabrica esta pedazo de pieza cremosa, fundente y multivitamínica, elaborada con leche de cabra pasteurizada.
Así que Rafael Báez y sus secuaces han tenido el detalle de enviarme un cachín que no ha durado ni un telediario, pues lo plantas troceado en mitad de la cocina y aguanta lo mismo que una bolsa de chuches, pipas, maíces fritos y risketos en la puerta de un colegio pijo.
Sigue siendo uno de los grandes quesos de España y emociona por su delicadeza y elegancia, con ese mohín ceniciento en su corteza ante el que los glotones de bien nos arrodillamos, rindiendo pleitesía, ¡viva la bacteria y el guarreo cósmico!, ¡viva Rodrigo Díaz de Vivar!
