Gaztelumendi

La tasca irunesa con pedigrí de las bolas de queso y los picantes

Si hiciera una contabilidad general y tuviera que elegir el tasco en el que más horas de mi vida pasé, ganaría el Gaztelu que hoy nos entretiene, que lleva toda una vida apostado en una esquina de la calle Mayor alegrando la vida a los vecinos de la ciudad fronteriza y es vigía de la irunesa Plaza de San Juan. Muchas veces les conté que aquel Irún de mi infancia y adolescencia era lo más parecido a las calles de Broadway por la bonanza social y el lustre de sus empresas y comercios, pues era oro todo lo que relucía y los caniches se ataban con longanizas. Los mercados bullían desde primera hora de la mañana, la frontera era un hervidero de mercancía y un vaivén continuo de chóferes y camiones cargados de material de categoría y todo dios se empeñaba en gestionar aquella alegría de la mejor manera. En todas las tiendas se cambiaba moneda y atendíamos a los franceses y forasteros con buena mano para ofrecerles un servicio irreprochable, vaciándoles la cartera con mucho salero, sonrisa franca y profesionalidad infinita, ¡mersí, mesié-dame!

Mientras todo esto ocurría frente a nuestros párvulos ojos, soñábamos con besar las mejillas de esas novias francesas que nunca tuvimos y nos consolamos agarrándonos unas trompas del quince con unos colegas que aún hoy siguen siendo caraduras de pata negra, Aparici, Thalamas, Casadevante, Ibarbia, Noain, Pérez, Elósegui Bergareche, Cepeda, Cuevas, Tellechea y demás astronautas con apetito y sed indescriptibles. El Gaztelu es un superviviente de aquellas tabernas en las que las liábamos bien pardas y que pasaron a mejor vida, el Tres Hermanas del difunto César, el glorioso Vaticano de Jesús, el Arano de Segundito, el Zizari de Ángel y María Jesús, el Kuluxka o el Taberna, el Goiburu de Moskú y la grandiosa bolera del Palace. Eran canela fina la sociedad de Caza y Pesca y la Cofradía del Salmón, en la que asábamos lechazos que no entraban en el horno y pimplábamos botellas de Marqués de Cáceres y Viña Tondonia que sisábamos a nuestros pobres padres, para asombro de los viejos del lugar que bebían chiquitos de vino peleón y no daban crédito a nuestras cuchipandas.

 

Así que de casta le viene al galgo y nada me da más subidón que ver el Gaztelu vivo, coleando y con algunos de sus viejos protagonistas aún currando entre bastidores, pues Chelo y Félix siguen sirviendo bolas fritas de queso y jugosos picantes acompañados de birra helada o una selección de vinos finos a pie de barra. Los artífices del milagro son sus propietarios Antonio y Cleo, dos culos inquietos con muchas ganas de currar y de sacar la familia adelante y de ver crecer a sus churumbeles Enzo y Sara por el barrio, pues son también los responsables del bar Tino, otra pequeña institución irunesa de toda la vida en la que mi padre tomaba el café a diario en tiempos de Melitón Manzanas. Volviendo al Gaztelu, advertirán si franquean de nuevo la puerta que los tiempos cambian y las nubes se levantan pero la actitud es la de siempre, pues aquí dan de comer a todo pichichi sin hacerle ascos a nadie, lo mismo pinchos que raciones o bocadillos y meriendas a ese grupo de abuelas que se reúnen por la tarde a cotillear y no gastan un chavo.

Tienen un menú del día imbatible y un pequeño comedor que abren los fines de semana o por encargo, con acceso desde la misma calle. La oferta habitual son platos de siempre como fritos, gabardinas guarras, las clásicas bolas y otras golosinas como ensaladas o pimientos rellenos, pescados asados con patatas panadera, carnes con pimientos del piquillo o platos de pasta como espagueti con ragú de jabalí o tagliatelle a la carbonara con abundante papada curada italiana o “guanciale”. También guisan callos, te echan a la brasa una “bisteca” a la Fiorentina -una chuleta de toda la vida de dios-, o te fríen un par de huevos con patatas tapizados con ese jamón ibérico de categoría que cuelga de los ganchos y a la vista del cliente. El carrusel deportivo de la zampada se complementa con hamburguesas de toda suerte y condición, bocatas tradicionales fríos o calientes con rellenos chiripitifláuticos y platos combinados de destellos grasos que se justifican ante el médico de cabecera con un poco de lechuga, tomate y cebolleta en una esquina del plato, ¡larga vida a los ambulatorios! La carta de vinos se sale del sota, caballo y rey habituales y el servicio es amable y pone mucho empeño por agradar y ser resolutivo, sin dar la murga. Que duren muchos años y lo veamos, ¡viva el Real Unión!, ¡viva la Tienda Margarita! 

Gaztelumendi
Plaza de San Juan 3 – Irun
T. 943 730 508

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca bareto
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****

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