La casa de comidas de la familia Bengoetxea
Todavía quedan últimos mohicanos desperdigados por nuestra geografía que se pelean el jornal a la antigua usanza, madrugando y arrimando el puchero al fuego para colar caldos con los que mojar sofritos y guisar en mayúsculas, haciendo sopas, rascando el culo de las ollas, rebozando pescado, friendo patatas verdaderas o empanando filetes de cadera con harina, huevo y pan rallado. Aunque parezca mentira sobreviven tascos sin cuenta en las redes sociales que sacan boli y comandero para tomar nota de lo que quieres papear y te lo plantan en mitad de la mesa tan pichis y a toda mecha con sonrisa franca, oficio, profesionalidad y salero. Pagas y listo, sin verbenas mentales, discursitos ni chorradas varias.
En la pared de Benta Belauntza cuelga un viejo recorte de prensa del Diario Vasco firmado por Javier Zurutuza que cuenta que en el caserío “Muntxa” no había televisor, lugar en el que nacieron los once hermanos Bengoetxea, hijos de Anastasia y Simón. Hoy con tanto “feisbuc” y poncio “pilates”, la natalidad anda bajo mínimos. Al padre, siendo chaval, lo llevaron a currar al desaparecido Aranzabi de Amasa, aquel templo del buen papeo al que íbamos de críos a comer salsas refinadas, pastel de pescado y pato a la naranja, aunque mi único interés y el de muchos niños de entonces consistiera en pasar la tarde junto a las relucientes vacas gordas que flanqueaban la entrada, ¡qué tiempos, María Jesusa! Después de toda una vida de desvelos y estrecheces, el bueno de Simón y su señora pillaron la venta, que por aquel entonces regentaban los Eraso y hoy pilotan algunos de sus hijos, con Encarna y Sole a la cabeza como dos soles resplandecientes.
Nada me gusta más que ganarme la confianza de una guisandera entrando por la puerta de su cocina a rendirle honores, dedicando un buen rato a echar el ojo a las elaboraciones que hierven pacientemente sobre la chapa. La cocina de Benta Belauntza es chiquita pero imponente por tratarse de un pequeño fogón con sus hornos y quemadores que llevan años repartiendo alegría entre los clientes llegados desde Berrobi, la vecina Tolosa o los polígonos industriales, que como el cercano de “Apattaerreka”, está repleto de cuadrillas de obreros con furgonetas elegantes y patrones con BMW serie siete de apetito rabioso, ¡menudo saque, dios mío! Desde muy temprano fríen huevos, remueven tomate o meten entre pan y pan todo tipo de golosinas con ajos, desde un simple bocata de lomo de cerdo o jamón bueno hasta uno más elegante de tortilla de hongos, si se da el caso y entra uno con el antojo.
Entre semana ofrecen un menú del día imbatible que mezcla en la misma ensaladera a peña con buzo o pantalón de Mahón y traje de chaqueta y corbata, pues lo mismo compartes mesa con chatarreros, fresadores, finlandeses borrachines o un sueco que lleva años viniendo y alucina en colores con los platos de caza bien guisada con su salsa “salmis” y ese triángulo de pan frito que no se lo salta un gitano bizco. Hay sopa de cocido, vainas con patatas o legumbre diferente todos los días, garbanzos, lentejas, alubias blancas o rojas y los clientes les estampan a las dueñas dos besos en las mejillas sin dar crédito porque dicen sentirse allí como en casa. El listado de delicias habituales incluye pastel de merluza y gambas, callos guisados con salsa roja, merluza rebozada, chipirones en su tinta, pollo asado con patatas, pechugas rebozadas, carne asada con puré, hígado de ternera encebollado hecho en sartén o costilla de ternera.
La carta es más rimbombante el fin de semana porque vuelven muchos clientes de diario en plan “sábado-sabadete” y otros más que nunca fallan, cuadrillas o familias con el firme propósito de ponerse morados con sus platillos más elegantes. Dominan la plancha y el horno y lo mismo se atreven con una dorada que con lubina salvaje de buen porte, besugos, lenguados tiesos como el acero “corten”, corderos, cabritos o pollos de caserío asados suavemente para que se les infiltre el calor, no se sequen y empapen con su jugo dorado los cuartos de cebolla y las cabezas de ajos. Los postres son caseros y virgueros, sin chorradas ni trampantojos ni sorbetes dulces de acedera del regato que cruza ante la puerta, ¡moderneces!, ¡vade retro, satán! El arroz con leche parece asturiano y hecho con leche de vaca del mirador del Fitu. El flan o el pudding salen calientes porque no tienen tiempo ni de enfriarse y da gusto en la pepitilla hincarle el diente a la lechefrita recién hecha con su canela.
Benta Belauntza
Leitzako Errepidea 21 – Belauntza
T. 943 672 828