Cádiz no son solo carnavales, chiringuitos y playas kilométricas, pues hasta el más mameluco y farrero sabe que la provincia posee serranías de ensueño llenas de pasto y pueblos blancos en los que andan a su antojo ovejas, cabras y alguna vaca.
Se me acelera el pulso cada vez que veo este quesazo de etiqueta negra en algún expositor de ultramarinos, porque es adictivo y atesora la categoría y finura de los elegidos.
Lo manufacturan una panda de chiflados en sus instalaciones del polígono industrial El Chaparral en Villamartín, que se sacan de la manga todo tipo de quesos de relumbrón, cremas engordantes y yogures atiborrados de nata.
Éste ejemplar en particular es de pasta prensada, se lo curran con leche pasteurizada y atesora una curación de unos diez o quince meses que lo fortalece y le da ese puntillo característico de pintas blancas y mordida de cristal provocada por los intríngulis de la maduración, ¡teta de novicia!, ¡ven a mi, Isabella Rossellini!