Me querrán asesinar por beberme este trago en vaso como si fuera un chato de vino de bareto guarro, pero peino canas en los huevos y ya está uno curado de espanto.
Mi padre, que dios tenga en su gloria, almacenaba en un armarito empotrado azul del garaje de villa Kurlinka botellas de Ygay, Murrieta y Tondonia que eran testigos de nuestros momentos más felices, pues se descorchaban de ciento en viento y muy justificadamente.
Los tiempos hoy son otros y un domingo por la noche te plantas en casa de Mirentxu y Sabino a cenar una tortilla de patatas y ya saben que el muerto al hoyo y el vivo al bollo, así que te la pimplas sin rechistar y a cascarla a Parla.
Está cocinado con mucho Tempranillo y algo de Mazuelo y se pasó casi tres años encerrado en barricas de roble americano por lo que los más cursis recomiendan decantarlo cuarenta minutos antes de trincárselo.
Ustedes hagan lo que les salga del pepe. Si desean más datos técnicos sobre retrogustos y matices nasales, investiguen en internet o en algún portal de sabiondillos del vino, llenos de pitilinadas, puntuaciones y sesudas consideraciones. De nada.