Malvasía

Más que nunca jamás estoy con los criadores, los veterinarios y los ganaderos que llevan siglos currando como cocodrilos para que nos luzca la melena y disfrutemos de una forma de vivir, relacionarnos y alimentarnos, gozando a pleno pulmón.

Los últimos siglos de civilización contemporánea los tejimos gracias a los mimbres de un sistema agropecuario responsable y hoy toca agarrarse en las curvas ante un panorama desolador que pone en solfa las formas de abastecimiento que nos facilitaron la vida y nos hicieron humanos, ¡así de clarinete!

Ya lo dejó escrito Faustino Cordón cuando nos explicó que nuestra especie se levantó sobre sus dos extremidades inferiores gracias al fuego y a la peculiar capacidad de transformar el alimento cazado, recolectado o cosechado en un suculento festín.

Corto y cierro esta sensata pataleta que volverá majara a más de uno para recomendarles el consumo de las gloriosas conservas de mis amigos sorianos de Malvasía, pues manufacturan de forma sabia y sobresaliente los productos derivados de la cría del pato graso.

Tuesten una hogaza de pan en gruesas rebanadas, descorchen un vino pelotudo y derrítanse con el fabuloso sabor de sus vísceras convertidas en terrinas, muses y patés, jamón curado o esos muslos prietos confitados que emborrachan de grasa las patatas cuando se cocinan en el horno, ¡maravilla!

 

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