La taberna Muguruza de Pasai San Pedro
San Pedro tiene el frontón más gélido de toda la cornisa cantábrica, pues por todo pichichi es sabido que si no aprieta Lorenzo o caen chuzos de punta se forman allá unas corrientes y un ventisquero que no lo hay ni en Terranova, ¡por allí resopla! Es buen deporte nacional sentarse en la terraza del “hiru terdi”, trincarse un pincho de su fabulosa tortilla de patatas -está para ponerle un piso en el soleado barrio de Trintxerpe-, y dedicarse a la observación del vecindario, pues en su entorno corretean chavales detrás del gran “Sebas” y “Futxo”, mientras Nico o Simontxo comen chuches y levantan el pavimento derrapando con sus bicicletas.
La localidad lleva inmerecida fama de fea, pues posee hermosas calles que la vertebran llenas de casas solariegas blasonadas, sociedades gastronómicas, fuentes públicas de relumbrón, callejuelas sombrías, balconadas abiertas al mar, tascos indecentes llenos de “perlas” o depredadores que cuentan sus hazañas trincando pulpos y rascando percebes. Muchos aún tienen presente la marcha que le daba al pueblo el desaparecido Bodegón de Maribel y Josemari, dedicado en cuerpo y alma a servir cuartillos de vino a todo dios. Los vascos llevamos fama de andarines, pero no recuerdo de crío estas manadas que hoy pasean de un lado para otro vestidos de colorines fosforescentes, armados de palitroques de montaña, ¡menudo espanto! Se puso de moda aterrizar en esta localidad desde la vecina Donostia andando por Ulía, bajando por el Faro de la Plata, y los caminantes comenzaron a pararse en el Falcon Crest o taberna “Muguruza” que hoy nos entretiene, que lleva toda una vida despachando tragos de vino, sidra y cerveza fresca a todo hijo de vecino que se arrime por su puerta. El lugar es único y los que allí recalan se frotan los ojos deslumbrados con lo que alcanza la vista, pues todo es verde, desde las olas del mar hasta las colinas vecinas pobladas de huertas, la tierra, las carpinterías de las fachadas que asoman a la bahía y muchos de los cascos de los barcos que entran y salen por la bocana cargados de apeas de madera, chatarra, automóviles o pescado, ¡viva el Facal dieciocho!
Todo este espectáculo puede disfrutarse desde cualquiera de las mesas de una terraza que se pone hasta la bandera en hora punta, pues son muchos los locales y forasteros que inundan el lugar para tomar el aperitivo y pinchar algo, trincarse un bocata o aguardar pacientemente a que se libre mesa para dar cuenta de las especialidades que despachan desde su diminuta cocina. Es un milagro lo que esta taberna ofrece, pues con un minúsculo fogón, dos pucheros, un puñado de sartenes y pescado menudo y fresquísimo del día, son capaces de obrar el milagro de multiplicar panes y peces. Muchos clientes corren a disfrutar de un menú diario de especialidades rascadas en el culo de los pucheros, pues compiten por hacerse hueco desde maestros de escuela hasta ingenieros, buscavidas, ejecutivos de corbata, amas de casa, despistados o clientes amaestrados que suspiran por meterse entre pecho y espalda sus albóndigas o un rabillo en salsa, dos de las muchas cazuelas que bordan con sobradísima solvencia.
Ofrecen lo que dicta el mercado, como en los grandes templos del papeo, asunto que suena a mandamiento de novísima cocina vasca y que allá ponen en práctica con naturalidad y sin darse ninguna importancia, ¡aleluya! Son templo de la fritura y no se hacen la picha un lío con la elección de las harinas ni con la maduración ni el reposo de los peces, pues tan solo arriman la sartén a la lumbre, vierten aceite de oliva cristalino y tuestan a fuego vivo soldaditos, anchoas, rodajas de sapo, salmonetes, chipirones troceados o lo que tengan a mano. No hay más misterios de Friker Jiménez. Le dan la vuelta al pescado con una espumadera menuda o dos tenedores y pasa volando a la fuente de servir con su charco de grasa y terminas untando pan y le atizas feliz a lo que estés pimplando, ¡maravilla! Así que aléjense de este lugar los apesadumbrados y afectados coleccionistas cursis de experiencias o los mugrientos de espíritu que no soportan el olor a fritanga o el tacto de una servilleta de papel. Antes de poner pies en polvorosa, agradézcanle a la jefa del local los alimentos recibidos y sonrían a la peña que atiende desde la minúscula barra, pues corren y se desloman por acercarte una panera, limpiar tu mesa de migas o cortarte una cuña de queso de postre, ¡viva Ángela Channing!, ¡larga vida a Abdulai!
Falcon Crest
Torre Atze 8 bajo – San Pedro
T. 943 394 944
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca marinera
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****
Subrayo toda tu descripción. Quizás añadir que se pueden preciar de tener las paneras más mugrientas de la provincia. Poquito de asco sí que dan.