Una tasca en el campo con pegada de peso “welter”
Tengo una noticia mala y muchas buenas, pero me temo que a Edorta se la traerá floja y no me extraña nada. No es grave. No soporto los que cambian la letra “c” por la “k” ni los que actúan con premeditación y alevosía a la inversa y te plantan una “cococha” en mitad de un párrafo o te cuelan “patatika” y se quedan tan anchos. La carta del Arrea! está llena de atentados bienintencionados al diccionario pero he sabido siempre superarlo. Respiro hondo y doy un paso atrás, controlando la respiración. Tenía que contarlo porque ya peino canas en los huevos y conozco al patrón de esta casa desde hace mucho. Nunca se lo dije, soy un cobarde. También es cierto que cada uno hace en su tenderete lo que le sale del miembro y a las pruebas me remito, él con su “k” y santas pascuas. A su favor diré que Edorta Lamo es visionario y uno de los primeros exiliados voluntarios de la parte vieja donostiarra, pues todo el mundo sabe que pilotó A Fuego Negro con una banda de zascandiles y la lio muy parda en el mismo corazón de la Treinta y Uno de Agosto, acostumbrada a la banderilla guarra y al pincho de “txaka” más falso que Judas Iscariote.
Reunió en el mismo local a los poteadores más “perlas” y repartió mandanga bebible y comestible a todo aquel que pidió con educación su trago y su tapa, pescadores, guiris, yonquis, pijos del centro, roqueros, golfas, gañanes, punkis o cursis arremolinados alrededor de su barra. Sirvió cubos de pollo frito, aros rebozados de chipirón tinta, pintarrajeó vajillas, dibujó postres descacharrantes con zombis y ojos sanguinolentos a lo “Jess Franco”, descacharró algún trago meneando la coctelera, parió su propia imagen corporativa, pinchó música negroide y se pasó por el forro lo que muchos esperaban de un local abierto entre dos de las sociedades gastronómicas más rimbombantes, “Gaztelupe” y “Gaztelubide”, adalides de la corrección mental y del donaire, de la galanura, del donostiarrismo y del triángulo de pantxineta de “Otaegui” con helado mantecado. Alguno sacará punta, así que los que lean entre líneas, márchense lejos de esta maldita crónica, pues aquí no hay lugar para tímidos, acomplejados, “boronos” ni pobres de espíritu.
Mesié Lamo tiró para el monte antes del holocausto vírico que nos ha tocado vivir, pues en plena efervescencia de poteo y jolgorio, hizo el equipaje y puso pies en polvorosa en dirección a su pueblo antes de que el pelma de Fernando Simón nos anunciara el fin del mundo, el reseteo global y el duro confinamiento. Todo un Nostradamus el colega Edorta. Mientras todo dios echaba la persiana, él ya estaba en Kanpezu, que es una llanada rodeada de collados, sierras, pronunciadas pendientes, sembrados, colinas y valles que unas veces son Extremadura y otras, según llueva, nieve o azote el viento se transforma por arte de birlibirloque en Austria, Suiza, Castilla la Vieja, la serranía de Ronda o el valle de Aldudes. Incluso a veces parece la playa de Matalascañas. Y allí se plantó el muchacho con su síndrome de Diógenes -discos, pegatas, muñecos, latas, cómics, fanzines, dibujos, banderolas, material de derribo-, y sus ganas de seguir armándola aunque esté en el campo y a tomar por el saco.
Vale la pena el trayecto y no darán crédito tanto si llegan desde Madrid, la vecina Vitoria o desde la costa, porque la casa justifica el viaje y le luce el paisaje. Dicen que practica una cocina furtiva pero viven tan atrapados como nosotros y simple y llanamente se pelean al fuego y sobre las brasas los guisos y asados, el picoteo, las frituras, las conservas, las terrinas o los postres, igual da. Eso sí, de noche alzan la mirada y observan nítidamente el firmamento. Curran en el campo, rodeados de paisanos, contrabandistas, depredadores o lo que se tercie y aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid, que es lo que les toca. Allí hay reparto diario y gasolineras, se paga la hipoteca y llega “Amazon” con sus “fragonetas”, hay piscina municipal y aterrizan “morroputas” hociqueando el buen hacer de Leire, Telmo, Miri, María o Txopo en sala e Iker, Álex, Bittor, Deimi y Sergio en el fogón. En la carta muestran generosamente el nombre de los proveedores que les permite articular una oferta breve y suculenta, sin chorradas ni concesiones a la galería. Mantienen el nervio de pegador “welter” y atizan fuerte con los fiambres curados, el monumental paté de montaña, quesos seleccionados, frituras de trucha minúscula de piscina, latas de paloma, guisos y asados a la brasa entre los que destacan caracoles, patorrillos, ajoarrieros, costillas, chuletillas de lechal y chuletas de vaca, ¡menudos cabrones!
Arrea
Subida al frontón 46 – Kanpezu
T. 689 740 370
@arrea.kanpezu
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO ***/*****