Kiki

Buena cocina y amabilidad sin compadreo

Les confieso que en la terraza del Kiki me siento feliz y más aún en estos días inciertos y de zozobra en los que todo pichichi se echó a la calle, espantado de los espacios interiores en los que rondan los malos humores y acecha la enfermedad como en los terroríficos cuadros flamencos del Prado en los que se adivinan esqueletos andantes y cabalgan hombres armados sobre campos desolados. Ya saben que suelo ser comedido en mis apreciaciones, pero bien cierto es que de un tiempo a esta parte, donde sentimos frío ahora estamos estupendamente y pasamos de despreciar los exteriores de los bares a convertirnos en escandinavos de pura cepa, pues ya saben que por allá arriba comen y beben tan pichis cubriéndose con mantas, truene, llueva, nieve o caigan de golpe y porrazo las diez plagas del antiguo Egipto.

Estos meses de canícula vital nos pasaron la lija del quince y además de tiesos, aprensivos, desconfiados, tiernos y precavidos, muchos hicieron capa gruesa como las focas del ártico y con tal de zampar alegremente y echarse un cigarrito fueron capaces de sentar las reales posaderas donde antes crecían sapos y culebras, musgo o témpanos de hielo. No es el caso del gran Alfredo “Kiki”, el patrón del garito que nos entretiene en estas crónicas dicharacheras, pues siempre dispuso sus mesas a cubierto  con esmero, atendiendo con el mismo gusto y primor sus pequeños comedores tanto o más que los “veladores”, palabra sevillana de mucho tronío. Al jefe de esta casa lo apodaron “Kiki” por culpa de un tío que a todas luces sería “farrero”, pues además de pillar el apelativo seguro que también heredó su misma raza de casta y buena gente, pues su establecimiento destila buen rollo, familiaridad y trato amable. Lleva un porrón de años de hostelero peleando contra viento y marea, adaptándose a todos los tiempos que le tocó vivir y atendiendo a su nutrida clientela a pie de barra, pues se ocupó sin desfallecer de apañar siempre su fogón y de proveerse de coscorros de hielo macizo para iluminar el ojo a la concurrencia sedienta.

Si van ustedes al mercado a diario habrán comprobado que pasaron ya a la historia aquellos días de entre semana en los que la peña se llevaba para casa solomillo, marisco y almejas gordas para empujarse un arroz en cazuela, pues casi todo el monte era orgasmo. Conocimos un barrio del Antiguo bullicioso y en toda la ciudad se liaron festines de empresa interminables en los que se brindó con champagne en cubitera, y mientras a la hora del aperitivo se repartían marianitos a mansalva, banderillas a tutiplén y volaban bandejas de fritos como en las Bodas de Camacho, se formaron montoneras de marisco en el centro de las mesas y brillaron manjares del mismísimo El Cairo. Algo de todo este lustre queda aún aquí, bien lo saben los hijos y los nietos de aquella tropa que se lo pasó teta y hoy reclama calidad, bebida fresca, buena cesta de la compra y amabilidad sin compadreo. Nada falta.

La casa es vieja pelleja, tiene el lomo curtido como una bota de las Tres Zetas y sigue viva y aún más despierta que nunca jamás, pues tras la reciente paternidad del jefe y la llegada al mundo de la preciosa Yolanda, ¡viva la madre de la criatura!, se ajustó aún más el mecanismo. Ya saben ustedes que si uno es feliz, irradia buena onda y es capaz de adivinar de un vistazo lo que necesitan todos y cada uno de los clientes y hacerlos disfrutar como niños chicos con bolsas de patatas fritas “al jamón” en las barcas del Rio Misterioso del monte Igueldo. Poco más puedo añadir, vayan y compruébenlo con sus propios ojos. No esperen platos de organdí llenos de trazos y salpicones ni puestas en escena rimbombantes, pues despachan raciones de ensaladilla rusa, banderillas clásicas, tortilla de patatas y deliciosos fritos, croquetas de tres quesos, jamón del bueno o bonito y huevo cocido. El ingenio de Kiki y su “troupe” -José Ramón, Iñaki, Richar, Carol, Iziar y las Yolandas-, incluye bandejas de fritura de pescado, menestras de verduras, almejas en salsa verde, chipirones en su tinta o encebollados, callos con morro, albóndigas en sala marrón, rabo guisado, huevos rotos si se les antojan o un pedazo de solomillo con pimientos. Tomen postre, pidan café, copa y enciendan la brocha de tabaco habano, ¡coman y beban como condenados!, porque en cualquier momento nos atropella el autobús, nos ponen una esquela y aterrizamos en Polloe.

Kiki
Avenida de Tolosa 79 Bajo – Donostia
T.: 943 317 320
@kikidonosti

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO ***/*****

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