Desde que mermé y pasé de pepepótamo a tarambana, he ido perdiendo facultades, volumen, olfato y vista hasta convertirme en un pellejo gordo y colgandero con arranque de pura sangre y llegada de percherón.
Antes me comía las terneras por las patas y bebía champaña a morro como si no hubiera un mañana y hoy mido mis fuerzas a sorbos y pequeños mordisquitos para terminar el día con dignidad.
Pulvericé en la pasado las plusmarcas mundiales de cien metros chufa de burbujas y soy muy exigente con las bebidas carbonatadas estilo “Reims”, así que solo puedo decirles que este bebercio cocinado con chardonnay es un “coupage” que entra de perlas con huevos con papas, callos con morro y pata o la más fina conserva de pato graso, ¡viva la rillette, Mariantoniette!
Si necesitan más datos técnicos sobre retrogustos y matices nasales, investiguen en internet o en algún portal de sabiondillos del vino, llenos de pitilinadas, puntuaciones y sesudas consideraciones. De nada.