Güeyu-Mar

“No tenemos carne”

Suelo atracar a mano armada a los hosteleros que me encuentro por el camino sometiéndolos a interrogatorios de abuela de visillo sobre sus orígenes, la vocación, el oficio, “¿qué tal la familia?”, y todos esos mimbres con los que armo estos artículos en los que evito a toda costa entrar al turrón desde el primer párrafo. Lo más adecuado sería adoptar la clásica actitud de periodista gastronómico de renombre y contarles de un plumazo los rasgos principales de este asador de pescado y marisco y situarles ya mismo, sin perder un segundo, en la particularidad del lugar y su reputada fama.

Cada maestrillo tiene su librillo y me quedó claro que en este establecimiento son parcos en palabras y no se andan con cuentos chinos ni filosofías de la brasa ni de ese recodo de una roca en la que se refugian los bogavantes cojos a desovar, mientras las turbulentas corrientes del golfo de Vizcaya arrastran partículas de plancton. Hay mucho pelma dando la barrila y el amigo Abel bastante tiene con atender su garito y a sus clientes, que pierden el culo por sentarse en cualquiera de sus mesas. El lugar está plantado en una playa “jipilonga” de Ribadesella que se llena hasta la bandera de caravanas, tiendas de campaña y mochileros que no gastan un duro en papeo. Doble mérito haber conseguido abrirse hueco entre lo más granado de la hostelería asturiana, pues todo pichichi se parte la cara por zampar allí.

Luisa es la chica de Abel que atiende con mano firme el antiguo “Superman”, un chiringo cercano conectado con esta casa por la frescura y la irreprochable factura de todo lo que despacha. En el reparto de responsabilidades, Abel se llevó la palma del Güeyu-mar y el tipo ajusta la maquinaria desde una minúscula cocina que apoya a una parrilla modelada a su imagen y semejanza, pues no hay mejor calibre que el prueba-error de todos y cada uno de los servicios, mediodía y noche, amaestrando las llamas y a los comensales, seducidos por los cantos de sirenas de pescados asados en unas besugueras bien particulares.

Si les va el mambo y no les molesta el sol a ratos o la brisa marinera o ver pasar a un calvo tieso en chanclas o a un gordo infecto ataviado con braga náutica, no lo duden y acomódense en la terraza. Por el contrario, si desean intimidad vuelen a los comedores interiores, distribuidos alrededor de un aparador repleto de conservas de ensueño, una vitrina refrigerada cargada de salmonetes, meros de gran tonelaje y reyes desmembrados, ¡viva la guillotina!, y una parrilla gobernada por el jefe. Ya les dije que el lugar cuenta con un fogón minúsculo en el que campean cámaras frigoríficas, una plancha “Mirror” y pucheros para cocer centollas y apañar salpicones.

Mi difunto padre, “latero” hasta las cachas, alucinaría en cinemascope con semejante despliegue de conservas braseadas que recrean una especie de Barrio Rojo de Ámsterdam lleno de morrillos, lomos, mormos, muslámenes y conchas finas filipinas marcadas a la parrilla y enlatadas, pues comenzaron encerrando sardinas y ahora manufacturan navajas, berberechos, atún y mejillones en finísimo escabeche, de tamaño desproporcionado. Si para hacer bonito en conserva lías en casa un pollo de proporciones bíblicas, no quiero ni imaginar las maniobras necesarias para poner a punto todas esas latas de categoría, pues solo sus sardinas grasas o esos mejillones pornográficos merecen el desplazamiento. Ataquen las salsas de toda esta fiesta armados del sobresaliente pan de castañas. Otra joya de la corona son las anchoas emparrilladas con un punto rosado irreprochable, afeitadas y acicaladas una a una a tijera para eliminar rebarbas. Y bajen al pilón pilonero del rey troceado con su cola y su cogote, regado con una milagrosa agua de Covadonga que no es otra cosa primorosa que un ajilimójilis que rocían sobre los hierros incandescentes y recién retiradas las piezas del fuego, recostadas sobre una bandeja para que los jugos, su gelatina y los trocitos chamuscados formen un delicioso barniz que se te va la pinza. Para que a los vasquitos campeones del mundo se nos bajen los humos, queda claro que hay vida inteligente más allá de la galaxia del refrito de ajos, guindillas y vinagre de sidra. No abandonen la instalación sin calzarse una cuña de queso Gamoneu porque es de otro planeta.

Güeyu-mar
Playa de Vega – Ribadesella – Asturias
T. 985 86 08 63

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca marinera
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO *****/*****

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