Casa Marcial

Un templo de la jamada en mitad del monte

Aún me pincho y no sale sangre cuando recuerdo el pifostio que montamos en televisión con las casi mil quinientas entregas del celebérrimo programa de cocina en el que guisamos y lo pasamos teta, gracias a la complicidad de los televidentes. Si echamos cálculos y contabilizamos horas de emisión, necesitarían casi un mes entero con todas sus mañanas, tardes y noches para ver todos los programas de Robin Food, así que si aceptan el reto ya pueden prepararse. Nos empeñamos en propagar el virus del puchero bien elaborado y de la cocina sin gilipolleces e intentamos que todo cristo levantara el culo del sofá, con el único propósito de lograr la felicidad de la gente.

Sabrán que de todos los programas de cocina creados desde los remotos tiempos de Thomas Alva Edison gracias al talento humano, sólo los que tratan de cocina escapan, desde un punto de vista moral, a toda sospecha. Podemos discutir, y hasta desconfiar, de la intención de los concursos chorras, los debates sesudos o las soporíferas tertulias cinematográficas con su coloquio, pero el propósito de un programa de cocina de recetas es único e inconfundible, pues es inconcebible que su objetivo sea otro que acrecentar la dicha de la humanidad, que por cierto, se va al garete. Nos extinguimos.

Tuvimos muchos invitados y todos nos obsequiaron con su entusiasmo, desde el gran Berasategui hasta el explosivo Arguiñano, pasando por Marcelo Tejedor, Joan Roca, la difunta Josefina Sagardia, Iban Yarza, Ixak Salaberria, Pedro Subijana o el chiripitifláutico Nacho Manzano, patrón del Casa Marcial asturiano. Todo el mundo recuerda los tres vuelcos de Martín con sus pescados, las patatas en salsa verde de Karlos, la tortilla de patatas de Lesaka, los panes de “míster masa madre”, los huevos “Igueldo” o ese pollastre de corral guisado y la estratosférica fabada que nos curramos con nuestro amigo marciano de Arriondas, pues este tipo y su familia, padres y hermanas, se merecen un Premio Príncipe de Asturias y que les pongan los pelos como escarpias los integrantes de la Real Banda de Gaitas “Ciudad de Oviedo”.

Si quieren leer sesudas consideraciones sobre la cocina contemporánea asturiana y ese movimiento que puso en órbita joyas gastronómicas y la riqueza del principado, pasen página o buceen en alguna rimbombante publicación o entréguense en brazos de los analistas de platos profesionales, pues abundan como las castañas pilongas. En mis descacharradas crónicas de la jamada evito la disección de platos y esos informes de aderezos fallidos y grandilocuencias de desequilibrado mental, y puedo asegurarles que el virtuosismo de Nacho Manzano en el fuego es carne de cañón para lanzar al viento retahílas de gilipolleces sin ton ni son. Todo lo que guisa este capullo es la bomba porque lo pelea en el culo de las ollas desde altísimas horas de la madrugada, así que no pierdan la oportunidad de comprobarlo franqueando su cocina: verán cacharros por los suelos, bandejas requemadas y cocineros dejándose las uñas en las chapas con la piedra pómez.

La modernidad de este establecimiento se refleja en la mirada pícara y canalla del abuelo Marcial, apostado con su bastón en la misma entrada tras ese botellero de madera de castaño sin barnizar o en cualquiera de las estancias desnudas del caserón, desprovistas de los clásicos trucos de salón de alta cocina, de oropel y aparatosidad de “Rolex de oro” o de las chaquetillas convertidas en camisa de sastre con chorreras. Nada me provoca más ardor y repelús que traducir las piruetas del chef sobre la vajilla y la evolución de su magna obra en el tiempo, así que plántense en este establecimiento con ilusión, ansia y apetito y papéense las joyas que justifican el viaje aunque tengan que ir andando o “a dedo”: croquetas de jamón, tortos de maíz, fabada asturiana, pitu de caleya guisado y arroz con leche, leyendas de proporciones bíblicas, ¡inabarcables!, ¡mátame camión! Peléenselo a codazos y lleguen a las manos si es necesario para que no les birlen uno solo de estos platillos en el menú y dense lustre añadiendo otras virguerías deslumbrantes: están de cojón de mico el aguacate con caviar y guisantes o la cigala con mahonesa de escabeche, el mero a la brasa con su jugo y las fresas silvestres con albahaca y hemerocalis, que es una flor que calza nombre de influyente magistrado, general, político y orador ateniense, ¡viva Pericles!

Casa Marcial
La Salgar – Arriondas – Asturias
casamarcial.com
T. 985 840 991

COCINA Nivelón
AMBIENTE Campestre modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO *****/*****

 

 

 

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