Los nativos de la isla de Pascua se pintarrajeaban el jeto y anduvieron por los prados en taparrabos, enterrando cabezones de piedra mirando a los océanos que imploraban a los dioses prosperidad en el huerto, que les tocara la lotería o vayan ustedes a saber el propósito de semejantes moles de moáis, pues los humanos somos pedigüeños un rato largo, ¡menudos putos pelmazos!
Si los pueblos pesqueros del norte de España hubiéramos habitado aquellas tierras, habríamos enterrado tótems como el de la fotografía, pedazo de poste de bonito del norte enhiesto, embotado con fundamento y conservado en aceite de oliva, ¡qué maravilla!
Mírenlo atentamente y adivinen sus distintas capas empapadas en divina grasa e imaginen la firmeza de sus carnes prietas y tornasoladas, complemento de lujo de las ensaladas mixtas ilustradas que dibujamos con muchos huevos duros, sobres de olivas Jolca, lechuga tierna, tomates maduros y cebolletas, ¡viva el bonito del norte!