Ribera de los naranjos de Raúl Pérez

Sergio Sauca sabe un cojón de mico de vinos y suele contar que le picó la mosca tse-tsé con su veneno cuando lo mandaron a Francia para cubrir el mundial de fútbol y darle cobertura en el telediario, ¡zaska!, echó mano a la botella y se obró el milagro.

Es un chalado de los tintos galegos y me acuerdo de él cada vez que me inclino ante una botella como esta maravilla de Raúl Pérez, parida a la misma vera del río Miño. Para disfrutarlo no necesitan pulardas alimentadas con grano ni parpatanas de atún rojo y cojo del estrecho, porque podrán gozar como monos pajeros si se lo pimplan con buen pan, sardinillas fritas y patatas cocidas empapadas de aceite.

Ya si eso el color pajizo y el carácter glicérico y la tipicidad del suelo y demás datos técnicos sobre retrogustos y matices nasales, los investigan en internet o en algún portal de sabiondillos del vino llenos de pitilinadas, puntuaciones y sesudas consideraciones. De nada.

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