Afortunadamente los vinos no hablan ni sueltan las turradas de algunos bodegueros, acostumbrados a largarnos unas chapas insufribles que anestesian como el propofol.
Los imagino en las comidas familiares o de empresa, copa en mano, explicando a la adormecida concurrencia una firme apuesta por la vinificación en biodinámico con mulas albinas y cojas del Penedés o esos leños de las malolácticas, las lías y los raspones de los cojones que te mantienen tenso, sin poder pimplarse el vino, que es de lo que se trata.
Fui testigo cierto día de la tiranía de uno muy pelma que nos mantuvo más de una hora alejados del jamón ibérico, rajando una interminable lista de sensaciones extra corpóreas que nos tiraban a todos del nardo, ¡Abelardo! El vino es para beber y santas pascuas, así que este trago de nombre impronunciable está soberbio con una tortilla de ocho huevos con patatas y cebollas y ya está.
Si necesitan más datos técnicos sobre retrogustos y matices nasales, investiguen en internet o en algún portal de sabiondillos del vino, llenos de pitilinadas, puntuaciones y sesudas consideraciones. De nada.