De chaval fui una avispa velutina sanguinaria, pues era capaz de pillar los bombones de licor de Elgorriaga y de un certero picotazo absorberles toda la molleja con precisión de neurocirujano.
Siempre me volvió loco el pico y la pala en los asuntos del papeo y destrozar las especialidades para llegar al magma, es decir, abrir en dos las galletas para chuparles la nata, los ponches para aniquilar la yema o meter el dedo en los rascacielos para dejar tieso de merengue aquellos milhojas de proporciones desorbitadas.
Por eso, es un magno acontecimiento presentarles a estos amigos mallorquines que empaquetan la esencia misma de la mozzarella, que los entendidos llaman strazziatella y suena a helado de cucurucho de nata con chocolate pero es una crema blanquecina, grumosa y delicada que sirve para liarla parda en la cocina.
A palo seco a cucharadas, en ensalada pringada de aceite de oliva y albahaca, como relleno pelotudo de empanadillas o raviolis o endulzado con miel y cubierto de frutas rojas, no se me ocurre ahora mismo mejor golosina para saltarme la dieta que esta puta maravilla láctea, ¡me cago en Barrabás!
@mozzartmallorca