Mermelada del Valle de Pineta

Muchas veces les conté ese síndrome de Diógenes de frascos de miel y mermelada que padezco desde tiempo inmemorial y las cantidades ingentes de tarros que acumulo de todas las procedencias, nacionales, extranjeros, artesanales o de la mismísima Alcantarilla, provincia de Murcia.

Soy tarado mental y mi chica Eli me mira con ojos aterrados cada vez que llego a casa con alguna adquisición, pues además de las clásicas de frutos rojos, albaricoques, ciruelas o naranjas sevillanas, pierdo la cabeza por los higos, el cabello de ángel o esas inglesas que acumulan entre sus ingredientes destellos de jengibre picante cristalizado, que me levantan la estaca como un banderín del cuartel de Jaca.

Esta maravilla elaborada en el valle aragonés de Pineta, a la vera del río Cinca, debe su acidez y su manufactura a la fogosidad del paisaje, al agua del deshielo y al empeño de unos jóvenes emprendedores que se desloman cultivando frambuesas, arándanos, moras, grosellas y fresas para que los más gordos y yonquis reventemos la báscula del baño y ahoguemos penas en el yogur, como pueden comprobar en la fotografía.

No sé si me gusta más una mamada o reventar de una sentada un tarro de mermelada. Soy poeta, así que si quieres lotería, bájame los pantalones y veras salir al gordo con dos aproximaciones. Con dios.

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