O´Romeral

El gallego de la república independiente de Trintxerpe

Todos los cabrones vuelven a casa y lloran desconsoladamente cuando se pasan de rosca, pues la condición humana se ve representada por aquel episodio bíblico del hijo pródigo, ¡apiádate de mi Ezequiel y ruega por nosotros, judas Tadeo! Si consultan las sagradas escrituras para profundizar en semejante episodio de arrepentimiento, sean cautos y no lean con demasiado interés, no vayan a electrocutarse por ese rayo demoledor que convierte al gamberro en beato y al incansable “viva la vida” en aburrido capillita, ¡por los clavos de cristo! Vivimos estos últimos años con un empacho físico y mental del quince y no se me ocurre mejor peregrinación para recobrar la fe en la comida simple y bien condimentada, que acudir a este templo de la república independiente de Trintxerpe, vieja guarida de viajantes, arponeros, bacaladeros, malhechores y contrabandistas malencarados.

La esencia misma de la hostelería se ve representada en este pequeño negocio familiar regentado por dos hermanos que pilotan el cotarro desde la cocina y un pequeño comedor. Atienden con una eficacia propia de los tiempos del gran Malaquías, en aquellos aciagos días en los que en el bar no se vendía lotería, ni tabaco, ni se exhibían consignas revolucionarias, sin máquina tragaperras ni petacos. Ya calzo cincuenta boniatos y les aseguro que conocí tascos desnudos, sin soplapolleces ni vitrinas expositoras como en el Romeral, que desconcierta con un “minimalismo” propio de las vanguardias más radicales. Puerta. Empujas y entras. Hola, ¿qué tal? Paredes desnudas. Una barra. Suelo pavimentado. Techo. Iluminación. Mesas. Sillas. Baño. Platos. Tenedor y cuchillo. Vaso. Servilleta. Cestillo del pan. Comida. Eso es todo.

Superaron hace años esa angustia por la responsabilidad de heredar un negocio regentado por los padres, que ponen siempre el listón alto y generan en los vástagos esa sensación de que jamás estarán a la altura. Lo están. Mi primera comida en esta taberna fue hace mil años con el difunto Carlos Petrina y su amigo Angelito y puedo asegurar que nada ha cambiado desde entonces. Todo sigue en su sitio. Cambió el barrio y el muelle, claro está, pues aquello fue Hollywood y hoy es un sombrío reflejo de su pasado. Cambió la vida, se fue el amor. No hay flota ni consignatarios y Felipe González nos metió en Europa, aguándonos la verbena existencial en la que chapoteábamos como patos del Manzanares.

No quisiera parecer Fernando Onega o un Iñaki Gabilondo del zampe y la bandurria, así que centraré mis pasos alejándome de los cerros de Úbeda para concretar la oferta de Iñaki y Marco en cocina, y Sonia en el modesto comedor, como una sucesión de pequeños momentos de felicidad sin par por comer los platillos de la cocina gallega más primigenia, servidos con la misma ilusión del primer día que abrió la taberna. Cárguense de apetito y sed verdadero y métanse entre pecho y espalda todas sus especialidades. No es el lugar para ir descafeinado o sin ganas y mi recomendación es juntarse en sanedrín de zampones o en animada romería y papearse todos los platos escritos sobre la pizarra. Sin compasión y a calzón quitado. Así que encomiéndense al santísimo, eleven sus oraciones al cielo y soliciten la intercesión de San Froilán para abandonar las fértiles y tranquilas tierras del ponzoñoso hábito diario, tomando la senda más pantanosa de dudoso final. No esperen señales divinas, y en vez de tirar monedas al aire o leer la providencia en las vísceras de un animal destripado, como hacían los pueblos antiguos, láncense en plancha sobre un tazón caliente de caldo gallego, con su lacón, garbanzos, chorizo y algunas patatas que espesan el asunto. Es de obligado cumplimiento arrearse un pedazo de empanada, un pulpo a la gallega con cachelos y la celestial oreja de cerdo cocida con pimentón, considerada pescado o verdura en cuaresma. Rematen con el apoteósico jamón asado con patatas fritas y no obvien la posibilidad de compartir un cocido gallego de terroríficas consecuencias: saciedad, sentimientos encontrados y botella de litro de agua en la mesilla de noche. De postre, tetilla con membrillo, helado de vainilla con barquillo y la santa compaña de las tartas, ¡queso, Santiago y al whisky!, ¡ave maría, purísima!, ¡sin pecado concebida!

O´Romeral
Araneder 2 – Pasajes San Pedro
T. 943 399 081

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO **/*****

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