Aguatinta

Ocaña era un ciclista de los tiempos de Miliki y también una población toledana que cuenta con un eficaz parque de bomberos en el que estuve hace poco montando el tomate.

Aquella tierra manchega apechuga un gran capital gastronómico e histórico y si quieren alucinar en colorines no tienen más que pillar el auto y plantarse en la fabulosa Plaza Mayor de Chinchón para papearse una sopa de cocido en el Mesón Las Cuevas del Vino.

Se les caerán los ojos por los efluvios del garbanzo y el tocino, así que vuelen a la vecina Aranjuez y dense un garbeo por sus colosales jardines palaciegos en los que descubrirán la modesta humildad y la sencilla economía de recursos que desplegaron los Borbones, ¡menudos faraones!

Salgo de los cerros de Úbeda para recomendarles el Aguatinta, un tasco de categoría alojado en una antigua casona que perteneció a la casa de Alba y en la que pasó largas temporadas el gran pintor Francisco de Goya, que algún rastro dejó en sus muros.

Lo pilotan Mari y Juli y les luce el plumero cosa fina gracias a esa profesionalidad que les sale a chorro por cada uno de sus poros. Compran material de primera, pescados de gran porte, piezas de carne veteada, cortan jamón ibérico, empanan filetes, sirven ensaladilla, aliñan con AOVES de categoría, rebanan buenísima hueva y mojama y cuajan una tortilla francesa de bandera, cubierta de salmón ahumado Keia recién loncheado, ¡MA-RA-VI-LLA!

www.restauranteaguatinta.com

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