Ricardo es un astronauta gallego y profesor de una escuela de cocina pontevedresa que se devana los sesos por hacerme llegar las mejores golosinas paridas en su tierra, y por tan fausto motivo, la Xunta de Galicia y su consejo mayor del reino deberían honrarlo con un merecido homenaje en el Obradorio.
Envía caretas de cerdo, verdura, chorizos, vinos, aguardientes, conservas de pato y bebercios distinguidos como este licor café, elaborado por José Antonio Pousa con meticulosidad, finura y un oficio del carajo.
El chaval es hijo de emigrantes, correteó en Francia hasta los cinco años y se trajo esa elegancia de los gabachos por los asuntos del pimple bien condimentado.
De vuelta en Lalín y ya más crecidito, tomó el testigo de la tradición de su abuela materna, experta sacerdotisa de la iglesia del licor y del orujo. Le ha pillado el punto al tema hasta el punto de manufacturar un producto sin parangón en su liga de licores gallegos dulzones y legendarios.
Barato no es ni falta que le hace y así debe de ser, porque artesano y muy bueno ha pagarse y de artesano y malo estamos ya hasta el mismísimo rabo, ¡viva la mandanga de categoría!
