Siempre les cuento la misma mandanga, pero la sierra de Aracena es un paraíso y si tuviera que echarme al monte y hacerme bandolero, elegiría aquella serranía para no morirme de hambre y ponerme ciego a castañas, cochino ibérico, setas o lo que fuera menester.
Me chiflan los tascos en los que se guisa con arrojo y sin boberías desde tiempo inmemorial y los que en su generosidad, amontonan las patatas de sartén junto a sus especialidades, sean huevos, castañetas, conejo al ajillo, carrilleras guisadas o tiras de costilla adobada.
Este paraíso lleva nombre, “restorán El Padrino” de un pueblo rechulo llamado Alájar, en el que alucinarán con su escogida carta de vinos de bandera entre los que encontrarán esta maravilla de Palacios-Remondo con la que podrán empujarse unas mollejas encebolladas de infarto, ¡viva el cerdo graso, la gaseosa y el cordero de leche!
Si necesitan más datos técnicos sobre retrogustos y matices nasales, investiguen en internet o en algún portal de sabiondillos del vino, llenos de pitilinadas, puntuaciones y sesudas consideraciones. De nada.