Voy dándole boleto a las fotografías almacenadas en la memoria de mi teléfono que acumula imágenes de jamada que suman cientos de millones de kilocalorías, ¡joder qué hambre!
No lo creerán, pero llego con espanto a las capturas de las pasadas navidades y recuerdo de nuevo con mucha emoción aquellas zampadas celebrando el nacimiento del niño dios y los finos confites que nos metimos a puño en la boca como patos cebados de Saint-Sever.
Muchas veces les he contado que muero por los dulces de monjas, el cabello de ángel, la cidra confitada, las naranjas escarchadas y todos esos pelotazos concentrados de azúcar que matarían a un diabético con un fulminante y demoledor rayo hipoglucémico como de cuadro de Fra Angélico.
Cuando palme me gustaría ser embalsamado entre mullidos mazapanes de Soto de Segura, fabulosos, tiernos y dulces por el efecto milagroso de la almendra, el azúcar, el agua y las obleas que lo protegen para que no te pringues mucho las manos cuando los enganchas.
Son la mejor embajada de Rioja en el mundo, pues todo el mundo piensa que en aquella tierra solo se embotella vino y nadie imagina que de los árboles cuelgan delicias como en los alegóricos cuadros de Jheronimus van Aken, el Bosco, ¡menudas piedras de la locura son estos putos mazapanes!, ¡vive dios!