Hay pocos lugares en el mundo que me provoquen mayor subidón que la Sierra de Aracena, lugar perdido de la mano de dios en la provincia de Huelva en el que crecen cochinos y caen castañas a mansalva.
Si rutean en coche y paran en los pueblos alucinarán con la tranquilidad, el ambiente desaliñado de la peña y esos parajes insospechados en los que todo lo que alcanza la vista se come o se bebe y se disfruta como si no hubiera un mañana.
Las patatas “Perdi” pertenecen a su fauna y a su flora, pues no hay taberna, supermercado, hacienda en el campo o reunión familiar en la que no se abran un par de bolsas gigantes para empujarse un trago de Canasta o una cervecita helada. Están rebuenas de veras y saben a fritura hecha con raza, buenos ingredientes y ninguna chorrada.
Las cortan gruesas y crujen que da gusto escucharlas, saben a patata sin gilipolleces y dejan las manos perdidas de grasa. Las debe de sazonar Mágico González, ¡qué finura!, ¡qué elegancia!, y no puedes parar hasta que terminas la bolsa y te sientes el gordinflón más feliz del mundo, ¡qué asco!
Si algún día me detiene la pasma, búsquenme en la plaza de Fuenteheridos porque allá estaré sentado con Tony y Toñete, fumando tabaco habano, papeando patatas a dos carrillos y esperando a la justicia como Eleuterio Sánchez, ¡vivan las Perdi!, ¡vivan las olivas adobás!, y ¡viva el Polígono Industrial Cantalgallo!