Nero d’Avola 2018

Escribo de vinos con la paz espiritual de bebérmelos todos y no saber casi nada de lo que pimplo, pues cuanto más descorchas y escuchas al listillo, más rictus de tontolaba alumbra tu cara.

Sicilia me suena a pistacho y a fútbol marrullero, a pasta guarra guisada con mucho tomate y picante y a los fabulosos “cannoli”, que son esos mismos canutillos rellenos que hacía la Joxepa de Yantzi sin darse mucha importancia y que en la vecina Italia venden a millón la docena por ser más pijoteros, me meo de la risa, ¡marialuisa!

En la contra etiqueta pone “Terre de Giumara”, que suena a delantero centro de equipo de fútbol brasileiro. Cierto es que entra de miedo -el vino, por supuesto-, y apetece descorchar una botella tras otra para empujarse un bocadillo reventón o un plato de macarrones con chorizo.

Si necesitan más datos técnicos sobre retrogustos y matices nasales, investiguen en internet o en algún portal de sabiondos del vino, llenos de pitilinadas, puntuaciones y sesudas consideraciones. De nada.

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