Nací bastante sibarita y aunque luego desbarré y me comí las mesas a cientos y por sus cuatro patas, sigo en esta cruzada de intentar gozar con las mejores golosinas hasta que me den boleto y pase a mejor gloria.
En cuestión de vinos, habrán comprobado que me gasto las pagas extraordinarias en pimplar del mejor chupete, consejo que me dejó clarito mi madre en la adolescencia, “bebe bueno”, me decía, sabiendo que la papa sería de campeonato.
En los últimos tiempos he de reconocerles que entre mis debilidades, además de partirme el nabo con el despotismo poco ilustrado del típico “paellista” de pacotilla, con todo ese coñazo de la tradición de la Albufera, está la felicidad del descorche de los mejores borgoñas, que se nos va la vida.
Si necesitan más datos técnicos sobre retrogustos y matices nasales de esta botella, investiguen en internet o en algún portal de sabiondos del vino, llenos de pitilinadas, puntuaciones y sesudas consideraciones. De nada.