Con la familia Olmos llevo una temporada bien larga haciendo un máster de los intríngulis del mundo del jamón graso, pues pertenecen a una estirpe que lleva más de cien años dedicados a la espera paciente del “momento perfecto”, ese estadio en el que todas y cada una de sus piezas alcanzan el punto óptimo de maduración para su disfrute.
Este primer párrafo me ha quedado precioso, cierto es, pero detrás de esta afirmación tan rimbombante hay un esfuerzo descomunal de muchas generaciones dedicadas en cuerpo y alma al mantenimiento y cuidado de los cochinos que campan en nuestras dehesas, que como sabrán, son el último ecosistema intacto a este lado del Misisipi europeo.
Ahora llegan días de celebración, tenemos que sacudirnos de encima este nefasto 2020 y nada me parece más reparador y depurativo para el estómago y los afectos que armarse de tabla y cuchillo jamonero para lonchear un jamón o una paleta y gozar como auténticos energúmenos de este producto español que no tiene rival en el mundo.
Gocen y aprovechen el pringue de grasa de cochino que nos procura en el morro cada loncha para comerse a besos a sus seres queridos, ¡viva Carbonero el Mayor!