Ahora que no viene un turista y está todo hecho trizas es momento de fijarnos en los mercados desmantelados y en ese sector primario triturado por nuestros nuevos hábitos de vida, la burocracia y los tecnócratas de americana y corbata que se ponen las botas de goma y bajan a las huertas cuando llegan las elecciones.
Más que nunca toca resguardarse y amar a nuestros proveedores, mostrando un horizonte luminoso a los más jóvenes, cocinando y comiendo con criterio e instalándolos en una gastronomía doméstica de calidad.
Nos iremos al carajo si no cuidamos la cantera y formamos militantes activos de la comida, la bebida y el fogón. Nuestro cáncer es haber vivido empachados, sin ganas, sed e ilusión, como campeones del mundo afectados por el boato y la pompa, convertidos en lilas, cursis y blandengues.
El futuro pasa por dejarse de chorradas y cocinar comida para ser disfrutada y compartida, perpetuando ese patrimonio llamado “cocina vasca” que ojalá no terminemos de arruinar.