La pequeña bodega que mi padre tuvo en el garaje era una especie de cueva de AlíBabá en la que me gustaba meter el melón para gozar con el olor a humedad y a mohínes de gato viejo.
Las redecillas que cubrían las botellas me sugerían las medias de mujer fatal que veía en la televisión francesa y siempre supuse que aquellos corchos los colocaba el mismísimo diablo, ¡menudo pringao!
Para descorchar un viña Tondonia deberíamos vestirnos de traje y corbata, pues recibes ese torrencial y señorial chorrazo de Tempranillo, Garnacha, Graciano y Mazuelo con el que cocinan este elixir que pone roja la pinocha y como un toallero la brocha.
Posee color rubí y ribetes teja y nariz fina y huele a vainilla y a labios de fresa y a sabor de amor y a pulpa de la pasión, ¡menudos cursis insoportables eran los Danza Invisible! En resumiendo, Tondonia mola. Mazo.