Antonio bar

Un clásico donostiarra de toda la vida

El Antonio Bar es una institución donostiarra que lleva muchos años animando el ojo y el aperitivo a los capitalinos que quieren contarse las cosas de la semana, ser vistos y de paso, pimplarse unos tragos resueltos con especial mimo, pues es marca de la casa que todo lo que se sirve sobre la barra, sea en copa, rabanera, bandejita, vaso ancho, fuente o vajilla seria de porcelana, esté dermatológicamente testado como las cremas de “a millón” de la doctora Aslan que vendían las mejores farmacias.

Sus propietarios, Humberto y Ramón, son más perros que Niebla y tienen el lomo curtido como los bolsos caros de Loewe, pues llevan toda la vida dale que te pego perfeccionando el oficio de tasqueros de pedigrí, liándose la manta a la cabeza con innumerables reformas, ampliaciones y compras de locales cercanos para enriquecer la propuesta hostelera guipuzcoana, pues llevan la ilusión como bandera y se rinden ante cualquier lonja que ofrezca posibilidades de seguir con ese entusiasmo del profesional que sueña despierto, levantando constantemente la ventana.

Los más viejos del lugar tienen fe ciega y adoración por esta barra que forma parte de la historia de la hostelería de raza, pues desde hace mil años los fantasmas que habitan el inmueble visten chaquetilla blanca y se dedican a hacer dry martinis y marianitos, a llenar las cubiteras de hielo y a freír calamares, gambas en crujiente gabardina y a montar esas banderillas que conforman nuestro ADN y enriquecen los ácidos esenciales de los guipuzcoanos con huevos cocidos con mahonesa y gamba, gildas tradicionales, ensaladilla rusa, tortilla de patata con cebolla, salmón ahumado con cebolleta o esa anchoílla en salazón con pimiento verde y picante, que es adictiva y provoca un ansia irrefrenable de cerveza helada de grifo o refrescante txakoli. Las patatas fritas “chips” elaboradas en casa, recién fritas, cubiertas por una cúpula renacentista y carmesí de jamón ibérico de la dehesa, son otro despropósito que provocan adicción al respetable.

Si no les quedó claro que los patrones de este establecimiento se levantan todos los días de la cama con el único fin de hacer feliz a su clientela, convénzanse en sus comedores de la planta baja, que podrían servir como escenario para cualquier película de Martin Scorsese por recogidos, simples y desaliñados, pues en el intrincado laberinto y si uno se lo merece, puedes jamar de lo lindo y prolongar la sobremesa hasta que te manden a casa bien bebido, jamado y con una colleja, si es necesario.

Los “fueras de carta” estacionales cantados a viva voz son una lotería del niño con su pedrea, pues la pequeña cocina del local es un milagro y saca de su chistera especialidades clásicas que siempre apetecen: desde una menestra de cordero a una sorda en salsa, pasta fresca con trufas negras de invierno o anchoas rebozadas en libro, ensalada de tomates o piparras fritas, alubias rojas con sus sacramentos o judías frescas a la navarra con su choricico. El abanico es tan amplio como las ganas de sorprender de la dirección, que se enorgullece de ofrecer un buen embutido ibérico cortado a máquina con generosidad o unas verduras de temporada guisadas sin grandes alardes, como siempre fueron. Los clásicos raviolis de cigala nunca defraudan y ahora se llevan la palma los guisos veraniegos de final de temporada, que son los sueños de estas noches frescas en las que dormimos placenteramente: bonito en sus diferentes versiones, plancheado con tomate o cebolla y pimientos verdes sofritos, los chipirones tinta, el marmitako con su toque picante, las kokotxas en salsa verde, la merluza rebozada con pimientos rojos y los infalibles callos con morros. De postre péguenle a una chuleta en la misma línea de flotación y apuren la botella de vino con una buena cuña de queso de oveja.

Antonio bar
Bergara 3 – Donostia
T. 943 429 815

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca rimbombante
¿CON QUIÉN? Con amigos / Negocios
PRECIO Medio

 

 

 

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