Lardones

Todo en la vida es cuestión de proporción y para comprobarlo no hay más que ver mi barriga blandengue, brazos con textura de pudín de pan, pelo cano y dedos de los pies separados como Bilbo Bolsón, que es el enano listo de “El Señor de los Anillos”. Pórtense bien y algún día mostraré esas dos bahías en mis pies. Jurado.

Aprendí hace tiempo que el tomate debe pelarse y cortarse en gajos gruesos con mordida, pues no hay peor calamidad que desgraciarlos si se rebanan, translúcidos o gruesos, en puñeteras rodajas.

Por la misma regla no escrita, la cuajada de oveja se come a bocados con cuchara, sin remover, los dados de bonito para marmitako se cortan grandes para no secarlos, una hoja de lechuga para ensalada se desgarra por el tallo y a la merluza, para rebozarse bien, se le quita la piel y se aplasta en lomos con la palma de la mano, lográndose así una victoria por goleada en la sartén.

Los hermanos “choriceros” Rituerto, riojanos de pura cepa, me enseñaron hace años a cortar el chorizo con precisión y si observan detenidamente la fotografía -fíjense bien para no darme la matraca en los comentarios-, podrán comprobar -fíjense de nuevo-, que la clave está en el lardón o bastón grueso de grosor de medio dedo, mondo y lirondo, sin discusión. Los de la loncha fina de usurero o el taco basto, a cascarla a Parla.

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