En estos tiempos chungos que nos ha tocado vivir tenemos que ser solidarios, sí, pero también agradecidos a todos aquellos que llevan toda la vida cortándonos el salchichón gordo en la máquina de fiambres, bajando a la huerta de madrugada para recogernos fresas y lechugas o partiéndose el pecho en la subasta de pescado para acercarnos anchoas, chipirones, salmonetes o merluzas para rebozar.
Mi lista de agradecidos es infinita, pero de entre todos ellos destacan artistas como el gran Nicolás, patrón de la carnicería Larrezabal de Hondarribia, que tiene el defecto de ser hincha del Real Madrid y junto a su lugarteniente Martín llevan años dejándose los huevos para que en casa empanemos el mejor cantero de cadera y nos salgan albóndigas de exposición universal. En estos meses de pandemia he descubierto que despachan, por encargo, aves de mucha raza que cruzan la muga desde Francia, con unas pechugas y una grasa infiltrada que rompe la pana.
Los pollos volverían loco al mismísimo Carpanta, los picantones de grano están reventones, tanto o más que los patos o las pintadas, aunque mi debilidad son las codornices, sabrosas y rollizas, que se funden sobre las brasas y se derriten en la boca. Pídanle a Nicolás que las abra por la espalda, las recuestan sobre la parrilla y ya me contarán.