Soy obsesivo y me ha dado por beber vinazos del Cortijo de los Aguilares, una hacienda agrícola fundada por maese Itarte, el gran industrial vasco que hace tragos de bandera adecuados para estos días de pandemia y rosas, pues para ponernos a cubierto de la movida, guisamos, cocinamos y encendemos brasas como si no hubiera un mañana, ahogando las penas en la parrilla o en el culo de las cazuelas meneando sofritos y amasando pan con la ilusión de ver amanecer y a los críos crecer.
Imagino a los colegas de la bodega de Ronda leyendo esta reseña y flipando, ¿qué coño escribe este tipo?, y les diré que su etiqueta chorrea porque vuestro Petit Verdot es ligero, sexy y atesora el poderío de la sierra en la que crece, ¡gañanes!
Me lo pimplé a gollete con unas chuletillas de cordero con patatas fritas y un bol de lechuga aliñada con aceite de oliva virgen extra, vinagre de Jerez y mucha cebolleta. Vivan las cepas rondeñas que nos hacen vibrar y ver la vida de colores en estos tiempos de zozobra.
