Torreznos

Para bajar al pueblo atravesábamos unos senderos llenos de zarzales y caseríos del año de la polka y nos cruzábamos con Mashi y su guadaña, alguna pareja de bueyes y el viejo y destartalado Land Rover gris de la lechera de Endarlaza, que llenaba las marmitas de todo el vecindario y repartía unas barras de pan tierno y miga prieta, sin corteza ni “crunchy” que lo parió.

Mis bocatas preferidos eran los de chorizo Pamplona y jamón York con mantequilla. En el barrio de la Marina, con veinticinco pelas, hacíamos acopio de regalices de palo, morenitos de chocolate, patatas fritas de la ventana y unas bolsas de cortezas de cerdo que zampábamos a dos manos y nos dejaban las yemas de los dedos pasificadas, como cuando te duermes borracho y a remojo en una bañera.

El cuero del cerdo lleva sustancias tan adictivas como la droga durísima, porque sientes temblores en las piernas cuando pispas torreznos en una barra o hueles el perfume del pellejo churruscado, con toda su pelambrera. Muero por esa carne tornasolada e infiltrada de grasa hasta las cartolas y me derrito ante esa superficie lunar plagada de burbujas y cráteres torrados por los que rodarías cuesta abajo y sin frenos en tu vehículo espacial.

1 comentario en “Torreznos

  1. Javi Cortina

    Que grande. Verdades como puños. Los morenitos no venían en plástico individual. Venían a la “grita”. En una caja de 500 o así.

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